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El pentapartito y los difuntos

En el talmud del pentapartito que gobierna la Generalitat no figura de momento la implementación financiera de sus proyectos -por carecer de fondos- y por ello inclinan la balanza hacia el ámbito de las ideas. Primero están desmontando el andamiaje heredado de la era popular y lo de gestionar pues ya se verá. Viene a cuenta la reflexión porque las Cortes han aprobado un presupuesto para la CV sin garantizarse los recursos necesarios que es parecido a gastar sin tener presupuesto, figura apuntada en el código penal como bien sugiere el delegado Moragues. Así, la iconocracia gana la partida a la gestión y el reordenamiento de la simbología y la secularización del entorno han sido las primeras y más visibles medidas que se han tomado.

El pentapartito. Nos referimos al pentapartito -socialistas, Podemos y las tres formaciones de Compromís- porque, como señala Pere Mayor -la mano que mece la cuna- «Compromís ya no existe». Compromís, realmente, es o fue una herramienta, una vía virtuosa de acceso al poder por parte de quien lleva décadas soñando con un país y con esta enorme capacidad de gestión. Lo que existió en las pasadas elecciones autonómicas fue una coalición electoral que, ahora y en todo caso, deberá reconfigurarse para afrontar las generales, y en eso están.

Pereza. Uno de los rasgos de esa iconocracia es la desacralización de la vida cotidiana. La gran mayoría de los valencianos es -genética y habitualmente- es perezosa ante la movilización y bastante ajena a la cosa pública salvo en acontecimientos excepcionales -como se ha demostrado-. Quizás por ello parece indiferente ante la imposición del realismo mágico. Es decir, entre otras acciones, la denunciada secularización sin ambages de la vida pública. O nos la trae al pairo o es que, a lo mejor, tampoco hay para tanto. Ha dicho el alcalde Ribó que «el ayuntamiento no es católico». No yerra. Parece lógico adecuar la imaginería de los tanatorios y otros espacios públicos a la aconfesionalidad constitucional. Sin embargo, estadísticamente son contadas las ocasiones en que -por ejemplo- la familia de un difunto se incomoda por la presencia de la simbología de la santa madre iglesia en el trance de la despedida de un ser querido. No obstante, para el consistorio la existencia de un solo caso sería suficiente para alterar el statu quo, como está sucediendo. Serán las urnas quienes en 4, 8 o 12 años enjuiciarán esta medida.

Halloween. De soslayo, como quien no quiere la cosa, pretenden una suerte de desamortización. Si es así, el pentapartito debería fijarse en Halloween. La impostura festiva que ya no extrañamos antecede, realmente, a la católica jornada de Todos los Santos y la eclipsa. Porque realmente el día de difuntos es el martes. La tradición céltica ha enraizado en nuestra cotidianeidad para disgusto de la curia, que observa como la tradición va quedando arrinconada. Así, para desterrar el rito católico y separar las costumbres confesionales de los hábitos ciudadanos deberían copiar ese modelo sustitutivo que puebla esta noche de brujas de espantajos y conductas de dudosa catalogación. Con su virgen de quita y pon y el crucifijo removible, el Ayuntamiento de Valencia no pretende volver al 36, caramba. Sólo imprime un giro copernicano en la costumbre aplicando el programa electoral.

El paradigma. Así pues está sucediendo y lo estamos viendo. Hay un cambio de paradigma. Mariano Rajoy se sentaba con Pablo Iglesias ayer. La vieja política ha muerto, quien no atienda al cambio engordará el ejército de «walking dead». Se impone la transversalidad, el afán por la negociación y el recrudecimiento del diálogo. La atomización política dejará en orsay a las posiciones más recalcitrantes o menos negociadoras. Todo está pues en cuestión, todo es revisable. Pero de la fragmentación es víctima también, volvemos a él, el pentapartito. La idea de que «Compromís no existe» se esconde la pretensión del nacionalismo de no disolverse en su matrimonio con Podemos. El Bloc, de facto, es el único partido de verdad en esa coalición que integra con formaciones cuyos integrantes caben en un taxi. Pero el «factor Oltra» distorsiona la lógica.

Madrid les mata. El coronel Mayor, fogueado derrota tras derrota hasta la victoria final, ha augurado de forma fehaciente que Podemos no se presentará junto a los partidos que integran Compromís en las generales porque no podrá asumir lo que pretende el Bloc: poco menos que se adhieran como uno más dentro de una ecuación con 5 partidos distintos. Habría que añadir a EU. Así pues, ni Comprodemos ni Podemís serán una realidad el próximo 20 de diciembre, con toda seguridad. No sucederá porque no ha vagado 30 años por el desierto el valencianismo político para «tocar mare» en este 2015 y que ahora tengan que ir de la mano de un movimiento el podemita cuyas ideas fuerza han sido paridas a la sombra de la Complutense. La solución, esta semana.

La sangría de la ley concursal

La Ley Concursal es un pandemónium que ha empobrecido a los españoles y ha condenado al paro a millones de trabajadores en la última década. Se gestó para salvar empresas en dificultades financieras y se ha utilizado para liquidar el 95 % de los negocios afectados. Además a los jueces no se les premia por salvar fábricas sino por aligerar expedientes y a algunos administradores concursales -no a todos- les conviene más echar persianas antes que buscar soluciones porque trabajan menos y cobran más. El caso es que un juez tiene ahora la oportunidad de marcar un antes y un después. De las dos opciones que existen sobre el futuro una de las firmas estratégicas de la extinguida industria pesada valenciana -Ros Casares- una significa la liquidación y otra el mantenimiento de un tercio de la plantilla, que algo es. Se espera que triunfe la esperanza y no el lado oscuro de la fuerza que obtiene rédito con la quiebra del prójimo.

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