Estamos ante una confrontación civil, en dos frentes. Entre los ciudadanos de Cataluña divididos por mitades a favor o en contra de la independencia y al mismo tiempo, entre los catalanes y el resto de España por un proceso secesionista que no comparten todos los catalanes ni admite el Estado español. Se ejerce la violencia de acción-reacción entre los dos territorios. Desde Cataluña esgrimen manifestaciones, marchas, declaraciones, resoluciones, mociones o diadas. Por parte española, las armas son procesos judiciales, registros, fiscalía, actuaciones policiales, boicot a los productos catalanes, amenazas de salida de la UE y del euro o la desconexión bancaria y el definitivo Tribunal Constitucional. La animadversión interna en Cataluña ha derivado en disputas y cismas en las organizaciones empresariales, entidades culturales o asociaciones ciudadanas. En el debate ideológico, la división se sitúa entre los que quieren cambiar de política para afrontar la penuria social y los que priman la desavenencia territorial para ser nación. La Comunitat Valenciana, afectada por proximidad y afinidad posicional, tiene su penitencia en los agravios del Gobierno español „asfixia en la financiación„ en equipamiento logístico, marginación e infraestructuras.

Rajoy ha reconocido que «el problema más grave es Cataluña». Al tiempo que Carme Forcadell, asamblearia de ANC, lanzaba su proclama: «Visca la República catalana!», desde la presidencia del Parlament. No hay conciencia entre los valencianos de cómo nos afecta el independentismo de nuestros vecinos. Los nacionalistas catalanes nos complican más la vida y los nacionalistas españoles vacían el proceso autonómico valenciano, que ya dejaron yermo sus colegas del PP en veinte años de desgobierno y mangoneo. Nunca el soberanismo catalán se había manifestado con tal determinación. Se vislumbra que el envite no es baladí y que Junqueras, Mas, Romeva, Forcadell y compañía no juegan de farol. ¿Qué ha pasado para que los acontecimientos evolucionen así en una sociedad como la catalana, tradicional e históricamente moderada?

Hemos asistido, desde la llegada al gobierno de España del PP de José María Aznar en 1996, a una estrategia conjunta de poder político y poderes fácticos para anular la efervescencia autonómica y las aspiraciones de Cataluña que habían cristalizado en dos núcleos de poder en España: Madrid y Barcelona. La truncada reforma del Estatut catalán, en 2008, con la consiguiente intervención del Tribunal Constitucional, árbitro judicial controlado políticamente, provocó rechazo con la sensación de que se había ninguneado al Parlament de Catalunya, a las Cortes españolas y la voluntad expresa del pueblo catalán. En esa estratagema, el Partido Popular encontró en el PSOE de Rodríguez Zapatero, un compañero de viaje al que se le vieron las cartas y las trampas.

El cataclismo, después de varias escenas del sofá en La Moncloa entre Artur Mas y Mariano Rajoy, se produjo cuando se destapó la trama de comisiones y relaciones clientelares de la familia Pujol. Hasta dejar en evidencia a quien había sido durante veintitrés años presidente de los catalanes. Anteriores corruptelas de partido se airearon con dirigentes de CiU y el más llamativo caso Palau, con Fèlix Millet, dejó entrever un pozo negro de financiaciones irregulares. Los últimos episodios de detenciones y registros en la sede de Convergència Democràtica de Catalunya y en los domicilios de la familia Pujol, mientras está pendiente la formación del nuevo Govern de la Generalitat, constituyen una afrenta más para el pueblo catalán.

Los hechos que ahora se persiguen y judicializan son conocidos hace una década y no afectan únicamente a la clase política catalana. Los valencianos tenemos una buena muestra de trajes, comisiones y pagos electorales a cargo del erario público que llevaron al PP a conseguir el poder ilícitamente. La colaboración del entramado de empresas, sociedades, entidades e instituciones contribuyó a las prácticas corruptas y a dejar sin recursos a las administraciones para muchos años. Episodios como los del tesorero del PP, Luis Bárcenas, Rato, Gürtel, Granados, Bancaja, José Luis Olivas, Francisco Camps, Milagrosa Martínez, Banco de Valencia o Alfonso Rus y Carlos Fabra, no ofrecen un escenario menos escabroso y zafio que el mostrado en Cataluña.

En este conflicto se ha ignorado lo fundamental, que es la parte para el todo. Cataluña en solitario lo tiene difícil, pero el Estado español sin Cataluña dejaría de ser España, tal como la conocemos. Manuel Castells recordaba en La Vanguardia: «La existencia de España, como la de Dios, no se somete a votación». A base de llevar los desafíos más allá del límite, es difícil que prevalezca la razón de la legalidad, siempre reglada, por encima de la voluntad popular, esencia de la democracia.