Cuando imaginamos un desierto, el Sahara suele ser el protagonista. Si bien es, con mucha probabilidad, el más carismático de los que existen en la Tierra y también el tercero en tamaño, no es el más árido de todos ellos. Dicho título pertenece al de Atacama (Chile). Custodiado por la cordillera de los Andes al este y el océano Pacífico al oeste, esta región de casi 105.000 kilómetros cuadrados ha llegado incluso a registrar la sequía más larga del mundo, con 16 años sin una gota de lluvia. Sus temperaturas son espectaculares: en la zona de Ollagüe se pueden alcanzar los -25º C por la noche y durante el día llegar a los 50ºC. La suma de estos factores convierte a este desierto en uno de los parajes más inhóspitos del planeta y, por consiguiente, un lugar en el que apenas existe vida animal o vegetal. No obstante, en Atacama ocurre un fenómeno realmente curioso cada cierto número de años. Los chilenos lo llaman ´Desierto florido´. Y se refieren a la bella consecuencia de las fuertes lluvias que se han producido en el mismo durante los pasados meses. A raíz de ellas, el paisaje que acostumbra a ser arenisco se ha vestido con un vivo color malva causado por la aparición de miles de flores endémicas del país, como el suspiro, la pata de guanaco o la celestina. Todas ellas ´adormecidas´ durante largo tiempo esperando la llegada de las precipitaciones para poder florecer. El resultado es un inmenso tapiz de diferentes tonalidades que ocupa el vasto territorio entre el norte de Serena y el sur de Antofagasta. Por ello estos días son el momento perfecto para conocer una zona de gran belleza. Habitada ahora por una alfombra multicolor que nunca sabemos cuándo volverá a regresar, ya que desde 1997 no se producía este espectáculo natural con tanta intensidad.

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