Sería difícil encontrar un tema en el que la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país esté tan de acuerdo como en lo referente a la decepción y hastío ante nuestra clase política, que se ha venido alternando en la gobernanza del Estado sin apenas discrepar en lo esencial. Ese rechazo se da en todos los sectores ideológicos; unos critican a los suyos porque les han decepcionado y otros arremeten contra sus opuestos porque les han mentido y empobrecido. Solo los participantes del ejercicio del poder y las grandes fortunas parecen justificar los atropellos perpetrados y alaban los abundantes sacrificios impuestos a la mayoría social.

Esta creciente desafección popular no es que quite el sueño a las castas dirigentes, puesto que no hay respuestas sociales que pongan en peligro sus añejos privilegios y crecientes riquezas. Sin embargo, y visto que el sistema funciona mucho mejor cuando todos sus elementos creen en él y trabajan por su continuidad, se adivinan movimientos inequívocos que irían encaminados a recuperar esa confianza perdida y a reparar los desperfectos en la fachada de este modelo económico y político, que tan buenos dividendos puede proporcionar todavía a ese 1% de la sociedad que acumula tanta riqueza como el 99% restante.

Por un lado se dan avisos a los partidos clásicos, que tanto han hecho por la causa del mercado y los grandes mercaderes, para que sacrifiquen el lastre que supondría seguir apostando por las mismas fotos de cartel y busquen caras más presentables (pero sin pasarse en los programas) y por otro, demuestran su buena cintura y no le hacen guiños (o los disimulan, el negocio es el negocio) a la renovación de la oferta electoral, animando a sus segundas marcas mediáticas para que ofrezcan generoso cuartelillo a la figuras emergentes de la política nacional (y hasta nacionalista, si llega el caso) no vaya a ser que den la sorpresa y les pille con el pie cambiado.

A unos y a otros, a tradicionales y a bisoños, se les orienta para que moderen sus propuestas, para que centren el discurso, para que se cambien lo menos posible unas reglas que tan buen resultado están dando para el país; no para el conjunto, claro, pero con unos ligeros retoques al consenso del 78 será posible subsanar los pequeños fallos e injusticias de estos últimos 40 años. Y ahí tenemos frenético a todo el arco político: pugnando por la disputada centralidad del tablero, tirando por la borda cualquier extremismo malsonante, puliendo discursos absolutamente intercambiables, prometiendo acabar con todos los males sin explicar cómo. No es de extrañar que nuevos y veteranos pasen de puntillas (o directamente descarten) reivindicaciones tan justas y argumentadas como la derogación de las reformas laborales, la renta básica, las 35 horas semanales, la jubilación a los 60, la gratuidad de los servicios públicos, el rechazo al TTIP€

Por eso, frente a ofertas parlamentaristas tan engañosas como las rebajas de enero, no es extraño que colectivos y movimientos como los que formamos las Marchas de la Dignidad, insistamos en que la fuerza está en la calle, en la lucha.