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Ni los idiomas ni la guillotina son inocentes

Filibusterismo en Francia. El Senado ha paralizado el reconocimiento constitucional de las lenguas regionales.

La cuestión era incluir en la Constitución del país vecino la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias. Los diputados ya habían aprobado la operación. Hacía falta, aún, una mayoría de la cámara alta para que el texto quedase recogido en la ley de leyes. O, mejor dicho, una mayoría de las dos cámaras votando en conjunto.

Sin embargo, los senadores -en su mayoría conservadores- elevaron una cuestión previa al Gobierno que ha hecho naufragar la iniciativa en medio de las clásicas selvas formalistas y procedimentales.De ahí el filibusterismo indicado.

El presidente francés, el socialista François Hollande, se había comprometido en la campaña electoral que le llevó al Eliseo a introducir en la Constitución la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias. Va a ser que no.

En todo caso, Hollande afirmaba que la carta europea trata de "proteger y promover las lenguas regionales o minoritarias" excluyendo de esa consideración "a los dialectos del francés y a las lenguas migratorias".

La distinción entre lenguas y dialectos es más académica que práctica y por lo tanto jurídica. Y es evidente que el presidente del país vecino está pensando más en el árabe que en cualquier patois. No son esas las coordenadas españolas. No van por ahí nuestros dilemas. Sea como fuere, alguno dirá que Francia no pasa por el aro de la consideración de las lenguas minorizadas mientras que España es el paraíso de las lenguas regionales a costa, en muchos casos, de uno de los idiomas más importantes del mundo. Qué diferencia. Pero ¿es esa la cuestión?

Francia firmó la Carta Europea en 1992, pero no ha logrado ratificarla porque no consigue que se incluya en la Constitución. Un hecho luminoso: indica que la opinión pública y las instituciones representativas están divididas.

Si se quiere establecer un paralelismo con España, habría que decir que los conservadores franceses se resisten al consenso europeo mientras que los españoles han rebasado y con creces esos límites.

Ahí no hay duda. En donde gobierna o ha gobernado el PP hasta hace solo unos meses, como la Comunidad Valenciana o Galicia, las respectivas lenguas regionales empatan o incluso priman sobre el español. Más que alcanzar el reconocimiento aquí se trataría de moderar el hiper reconocimiento.

¿Incluir en la Constitución francesa los criterios de la carta europea? No es solo eso. No es una simple agregación. Sería necesario modificar la Carta Magna ya que el equivalente a nuestro Tribunal Constitucional dijo en 1999 que el texto europeo entraba en contradicción con dos artículos de la Constitución para quienes el francés es el idioma único del país.

El conservador Nicolas Sarkozy, predecesor de Hollande, logró en su día que se reconocieran el euskera, el corso y el bretón como "patrimonio de Francia". Pero ese reconocimiento no equivale a la propuesta europea. O, mejor dicho, al dictado europeo. Matices y más matices.

La iniciativa de la Unión, de adoptarse plenamente, tendría implicaciones en el mundo de la enseñanza, en el panorama judicial o en la realidad administrativa. Tendría, por lo tanto, una fuerte dimensión política en Francia. Y eso son palabras mayores. Tal es sin duda el fondo del asunto.

La Francia moderna se constituye en las coordenadas republicanas y jacobinas. El idioma, oficial y único, es un vehículo de igualdad social y territorial. Es esencial frente al Antiguo Régimen. La resistencia a la revolución burguesa se pagó muy cara. Decenas de miles de personas pasaron por la guillotina, la primera máquina de ajusticiar, el primer sistema de matar en serie. La industrialización de la muerte. La variedad idiomática quedó segada. El paisaje lingüístico cambió radicalmente y dejó de tener paralelo en Europa. Nada que ver con lo que siguió siendo común en España. O en Italia y Alemania aun sin constituirse como naciones unificadas y, por así decir, actualizadas.

Comparar lo que ocurre idiomáticamente en Francia, que no llega, con lo que sucede en España, que se pasa -valoraciones discutibles en ambos casos-, es escasamente pertinente y, en todo caso, requiere considerar los abismos que existen entre la tradición política francesa y la española. Y, claro, recordar la guillotina... para mal.

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