El partido socialista incluye en su programa la prohibición de la prostitución. A lo largo de la historia, el oficio calmante de la testosterona masculina ha ocupado un lugar importante aunque no siempre respetado. Los prostíbulos de la Edad Media europea rodeaban las catedrales como en una útil cercanía de las castidades más atribuladas. Al comienzo de la Cuaresma, las putas de Salamanca eran acompañadas a la linde del término municipal „«A Alcalá, putas, que viene San Lucas»„ y, a su final, gozosamente recibidas de nuevo por el cabildo. El siglo XX presencia, por el doble impulso del feminismo militante y la respetabilidad burguesa, una hostilidad contra las casas de citas que, sin embargo, representaban una honorabilidad del oficio y una defensa contra los chulos callejeros. En España se prohibieron durante el franquismo aunque se permitían centros „como Chicote, el Abra, etcétera„ de encuentro carnal para bolsillos acomodados. Las democracias más norteñas, sin embargo, mantienen los barrios de luz roja „Amsterdam, Hamburgo...„ casi siempre puertos de mar con una clientela masculina segura que se goza en la exhibición pública de la mercancía, aunque también esta particularidad esté feneciendo.

La prostitución de hoy se privatiza y accede al mercado libre. Sus protagonistas figuran en las páginas de los periódicos y los tratos se consuman en oficinas del sexo, apartamentos, masajes, relax, etcétera. Pero las callejeras siguen, con o sin chulo, al servicio de las clientelas más pobres. Son esas calles conocidas de las grandes ciudades que recuerdan los alrededores del mercado de Les Halles de París donde tantos camioneros españoles fueron desvirgados. La discusión sobre si es o no permisible semejante espectáculo para niños y niñas inocentes ha alcanzado nivel político en el seno de algunos ayuntamientos que, ante la imposibilidad de poner puertas al campo, practican la estrategia del hostigamiento ocasional mientras algunos plantean volver al barrio rojo. La prostitución está bajo mínimos con el sida y la violencia ultra pero, en una economía de mercado, siempre habrá oferta para tan contundente demanda. Los acontecimientos deportivos son grandes ocasiones para el comercio carnal. En Estados Unidos, la ciudad en la que se celebra anualmente la Superbowl, el gran trofeo del fútbol americano, recibe miles de putas caras y baratas para atender a esa celebración masculina que aprovecha la fiesta deportiva para dar suelta a sus otras urgencias. Fútbol, alcohol y sexo.

Comentan algunos sociólogos que las nuevas costumbres, el que los novios y hasta los amigos ocasionales practiquen el sexo, evitando a los varones resolver sus urgencias por vías mercenarias, está disminuyendo la importancia del oficio. Pero los datos siguen siendo implacables y miles de chicas de Europa del Este llegan a Europa Occidental con la promesa de un trabajo para ser luego explotadas sexualmente sin que la policía haga mucho por evitar esa situación. Hasta se acaba de abrir en la frontera hispanofrancesa el mayor prostíbulo del mundo y los pueblos aledaños se alegran con el incremento del comercio. La trata de blancas no ha desaparecido de la Europa democrática pero también están de moda las excusiones sexuales a Cuba o a ciertos países asiáticos en los que la esclavitud sexual está unida a la esclavitud laboral.