Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Políticos, al salón

Jamás hizo «El hormiguero» tanta audiencia como el pasado martes con Pablo Iglesias y su canto a Javier Krahe. La presencia de políticos invitados en programas que se meten en el salón de casa a la hora de cenar ha llegado con fuerza para quedarse.

Entran en casa no como políticos sino como estrellas, entre vítores y aplausos que el regidor pide al público enfervorizado en las gradas. Esta semana, como sabemos, y después de un partido de fútbol con tirón, Pablo Iglesias visitó El hormiguero. Jamás hizo el programa tanta audiencia, y eso que ha conseguido récords muy sonados. El último lo alcanzó Soraya Sáenz de Santamaría, que bailó y besó al final la calva del coreógrafo en agradecimiento a su labor. La vicepresidenta aparcó un momento su trabajo «para sacar a España de la crisis», aunque no escuchamos al bocazas Xavier García Albiol reprimirle su frivolidad como sí hizo con Miquel Iceta cuando cerraba sus mítines en Cataluña con Freddie Mercuri a toda pastilla. Pablo Iglesias irrumpió en el plató entre gritos. Si el realizador no nos hubiera pinchado un plano con la imagen de Pablo, de pie, en mitad de la pista, sonriendo, agradeciendo con su gesto el recibimiento, podríamos pensar que se trataba de un cantante, de un futbolista, de una estrella del baloncesto. Se recibía a un político que aspira a gobernar el país. Ana Blanco, en La 1, ha hablado con dos de los aspirantes a La Moncloa. Nada que ver con El hormiguero. Pero al final de la conversación la periodista vasca quiso saber si Mariano Rajoy acabaría bailando en algún programa que visitara. Nadie espera eso de mí, contestó el presidente. Y es verdad. Mejor que no. Lo que sí está claro es que a los políticos en la televisión actual se les piden cosas que hasta hace unos años ni se imaginaban. En El hormiguero se espera del político sentido del humor, cercanía, que se olvide «del traje» de político, se relaje y parezca el vecino de al lado, el colega con el que te vas de cañas. Algunos lo consiguen. ¿Pero qué pasa cuando sale el tiro por la culata y ni siquiera el político resulta creíble cuando se espera de él que sea político?

En el bar. Pues resulta que tenemos a Pedro Sánchez frente a Ana Blanco. Hacía tiempo que no veía una entrevista más nefasta para un político de primera fila. Pedro Sánchez mostró su rostro „¿jeta?„ más pinturero, todo sonrisitas, poses, y caída de párpados, pero se le notó extraviado, perdido, quizá a conciencia deslavazado, tratando de contentar a unos y otros y enfadando a todos. Vale, no insisto más, decía una educada Ana Blanco, que no es de las periodistas que ha demostrar que ELLA sabe más que el entrevistado. Lo que estamos viendo hoy en televisión no se ha visto jamás. La presencia de políticos como invitados en programas que no tienen un perfil político es llamativa. Por eso llama tanto la atención, y le está pasando factura, que hasta ahora el presidente del Gobierno no es que haya estado trabajando en el mantra de «sacar a España de la crisis» y por eso no ha dado entrevistas, es que se ha burlado con sus desplantes de la prensa. Un político no puede elegir. Tiene que dar explicaciones a los ciudadanos, y en una democracia uno de los cauces con más crédito es el de la prensa. La Sexta se ha convertido en la cadena generalista que más tiempo dedica a la política. Y no le va mal. Al rojo vivo, Salvados, El objetivo, El intermedio, o La Sexta Noche son el esqueleto de la cadena sobre el que ha edificado el resto. El encuentro auspiciado por Jordi Évole en Salvados entre Pablo Iglesias y Albert Rivera no sólo alcanzó cifras de audiencia como jamás se habían conseguido sino que desempolvó la forma de presentar estos debates. En un bar. Con dos ovarios. Y arrasó. Esos dos aspirantes a presidentes de Gobierno se convirtieron en dos tipos que entraron en nuestra casa mientras tomaban un café con leche servido por la camarera del local, un local nada exquisito, ni céntrico, ni decorado con atrevidas vanguardias, nada, el bar del barrio donde la gente se toma unas cañas y sus tapas.

La calle pregunta. Esta nueva forma de llegar a la gente, sea desde el humor, sea desde los debates que perdieron la absurda, trasnochada y encorsetada rigidez de lo conocido hasta ahora, han puesto a la política y a los políticos en un candelabro en el que muchos no se ven. La Sexta noche no se ha inventado la pólvora porque Tengo una pregunta para usted ya la conocimos en la «televisión de Zapatero», cuando la tele pública era ejemplar y no una vergüenza partidista, pero ha recuperado su espíritu con fortuna en La calle pregunta. Es una sección que estrenó la semana pasada con Alberto Garzón, candidato de IU. En las entrevistas de Ana Blanco en «la televisión de Rajoy» los ciudadanos preguntan desde un plasma, tan caro al líder supremo, de forma que nada es creíble ni apetecible como programa de televisión. Pero en La calle pregunta, el político, rodeado de mujeres y hombres contesta lo que esos ciudadanos quieren saber. Gran sección. Ahí brilla quien contesta sin tonterías escapistas de jugador viciado. La tele es muy bruja y huele al impostor, al falsario, y adora al que se va de frente. Alberto Garzón salió airoso de la prueba. Templado, reconociendo errores, contestando a todas las preguntas, siendo claro en las respuestas, serio en según qué cosas, y simpático en según qué otras. Hay que ser conscientes de que esta peña entra en casa, y a casa sólo entra quien uno decide. Los políticos lo saben. Y saben que el partido también se juega en televisión. O sobre todo, en televisión. De aquí a las generales veremos cosas que nunca vimos. Lo que seguro que no veremos será a Rajoy acudiendo a La Sexta Noche y a La calle pregunta. Hasta ahora todos los aspirantes han dicho sí, menos él. Es demasiado. El presidente está saliendo de su virginidad a un ritmo endiablado, como un ninfómano de la entrevista, pero de ahí a volverse loco y contestar en directo al joven emigrante español que le pregunte desde Berlín eso de la salida de la crisis, como que no. Está claro que hay una brecha entre «la casta» y los nuevos en su relación con la tele, tan puñetera, tan necesaria, con tanta fuerza que te mete en el salón de tu casa, mientras cenas o dormitas, como un entretenimiento, a quien puede gobernar este país.

Compartir el artículo

stats