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Descubriendo Compromís

Las cuestiones identitarias son un tema secundario entre el electorado «comprometido», más atraído por las cuestiones transversales como ecología, solidaridad o nuevas culturas.

Superando todas las previsiones y muchos de los análisis ideológicos al uso, el escenario político de una nueva izquierda se abre paso, genera expectativas y alcanza incluso ámbitos de poder. No nos referimos únicamente a Podemos y sus alcaldías en las metrópolis, un fenómeno tan singular como español, entre mediático y complutense, sino a las CUP catalanas y su mélange de anarco-okupacionismo y pancatalanismo de opereta, o los movimientos post-ecologistas de Galicia y Baleares, pero también y en especial a nuestro Compromís propiamente valenciano.

Todavía no sabíamos demasiado qué era ese Compromís y de golpe está liderando los gobiernos de la Generalitat y del Ayuntamiento de Valencia. No tienen casi quien les escriba y teorice pero ya son decisivos. Ellos, y ellas, sí han asaltado los cielos, al menos los límpidos y azulados de Valencia, hasta hace pocos meses una ciudad sorollista y barroca, fallera y blavera, autocomplaciente y desmovilizada. ¿Qué ha pasado para que haya cambiado tanto la sociopolítica valenciana?

Por decirlo de un modo sencillo, ha habido una aceleración de la historia motivada por la crisis económica. Todos los síntomas y desequilibrios del estadio social neoliberal han cuajado en enfermedad. Hubo quien creyó en el fin de la historia pero ésta ha vuelto a entrar, de modo abrupto, por la ventana. Y las nuevas generaciones han hecho suya la retórica del malestar. Explicar esto en términos marxistas es un error; creer en la revolución, una banalidad intelectual. Juan Carlos Monedero lo ha pagado siendo excluido de la élite. Las monsergas decimonónicas del tardocomunismo, incluida su vía bolivariana, carecen de recorrido en las tertulias televisivas: personajes como Cayo Lara, Julio Anguita o el iluminado Jorge Verstrynge son ya de otro tiempo, al que incluso habría que añadir a su último y renovado lugarteniente, Alberto Garzón.

Por ahí no van los tiros. La nueva izquierda levanta otra construcción ideológica, a la que bautiza como transversalidad en espera de que se aclare el paisaje. Saben que la nueva política ya no se construye en la calle -el 15M fue el final de una época-, ni siquiera en los parlamentos, sino en los platós, en programas de variedades, siendo empáticos con el Follonero, Pablo Motos o Ana Rosa Quintana€ Los perfiles han cambiado y la seducción, con sus dosis de erótica, forma parte del ajuar imprescindible del nuevo político. Pablo Casado, Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias, Tania Sánchez, Inés Arrimadas€ el propio Garzón responden a esos parámetros. El tiempo de las miradas distanciadas y las cúpulas infranqueables ha pasado. El otro Garzón, el juez Baltasar o Rosa Díez están de jubileo. También en Cataluña, donde los intentos por asimilarse a la nueva ola por parte de un descorbatado Artur Mas resultan baldíos frente al empuje de Raül Romeva luciéndose como nadador.

Las fuentes de análisis ya no están tampoco en Gramsci o Lukács como consagran desde La Tuerka, ni siquiera en los economistas anti-Chicago que tanto enarbolan Podemos y socialistas: nóbeles como Paul Krugman o Joseph Stiglitz, apóstoles de la teoría de la desigualdad como Thomas Piketty o el historiador Tony Judt. Quien hila fino y desnuda los problemas psicopolíticos de nuestro tiempo es un ingeniero coreano afincado como filósofo en Alemania, Byung-Chul Han, quien ha descrito la llamada «sociedad de la transparencia», un patológico entramado de trastornos contemporáneos donde el narcisismo exacerbado, la sexualidad devenida en pornografía y el exhibicionismo positivo se unen a la fragilidad laboral y emocional, la competencia feroz y la pérdida de trayectos colectivos.

Ese es el magma que se vislumbra tras las erupciones del volcán de la sociopolítica actual. Mónica Oltra enfundada en sus camisetas-denuncia entendió antes que nadie los síntomas de un nuevo tiempo low cost que se estaba alumbrando con la caída, inexorable, de los últimos gobiernos del Partido Popular. Oltra llevó en volandas a Compromís, una coalición de dos partidos, el suyo, que cabía en un minibús, y el histórico Bloc Nacionalista, camuflado durante un lustro tras el timón del oltrismo.

Esas contradicciones han estallado estas últimas semanas en el seno de la coalición a cuenta de las estrategias para el 20D. Los nacionalistas pata negra del Bloc ven con mucho recelo la confusa alianza con Podemos de la mano de la empatía que Oltra e Iglesias muestran con desenfado. Y el Bloc carece de líderes para confrontarse dentro de la nueva sociedad de intereses: Pere Mayor opera en las retaguardias y Enric Morera ha comprendido que mejor un pasar en el balneario del añejo parlamentarismo. Pero el Bloc pone la legión de militantes, sus bases, los que han pasado todos los desiertos electorales, pagando cuotas y derramas, pegando carteles y movilizando manis y escoletes. Temen la fusión por absorción.

La realidad, sin embargo, es la que es. Según un reputado profesional de la demoscopia, la situación electoral de Compromís es muy peculiar, demasiado. Más de la mitad de los votantes de la coalición en las pasadas elecciones autonómicas y municipales declaran que van a votar a otras opciones políticas en las generales. Esas fugas van hacia todas partes: 40% a Podemos, 20% al PSOE, 15% a Izquierda Unida, 10% a Ciudadanos y hasta un 5% al PP.

Compromís muestra su principal atractivo entre la juventud, en la horquilla de los más jóvenes, pues es en el segmento de los que oscilan entre 18 y 24 años donde consigue unas expectativas de voto para las elecciones autonómicas de hasta un 35%, porcentaje que cae hasta el 16% en la siguiente banda de edad (entre los 25 y los 34 años) y se diluye en el 5% entre los pensionistas mayores de 64. Pero es que esas expectativas del 35% se reducen drásticamente al 3,5% en unas elecciones generales entre los mismos jóvenes, frente a Podemos (23%) y Ciudadanos (12%) en idéntica franja de edad. La radicalidad de la pirámide demográfica y la volatilidad del voto de Compromís, pues, resultan dramáticas y dejan en evidencia que las cuestiones identitarias son secundarias entre el electorado "comprometido", más sensible a los asuntos transversales -ecología, solidaridad, nuevas culturas, economía social€-, todo ello tamizado por la emergencia de las redes sociales, la crítica freak del antiguo orden y la transparencia llevada a la máxima desnudez en todos los sentidos. Lo que explica que la cuestión catalana se vea con desinterés cuando no como un fastidio por parte de los dirigentes de Compromís, cuya apuesta por un new deal político a la valenciana parece obvia. Hasta los empresarios lo han entendido, para sorpresa y pasmo del antiguo PP.

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