La campaña electoral para las elecciones generales comienza como terminó la pasada campaña catalana. Polarizada con el objetivo de demostrar quién es más español o más catalán en su caso. Unos queriendo saltarse la legalidad y otros haciendo de la legalidad dogma, recordando permanentemente el espíritu generoso de la transición que nada tiene que ver con la situación sociológica actual pasados casi 40 años.

Para la Comunitat Valenciana, y sin perjuicio de una mejora en el bienestar económico, esta historia reciente ha supuesto una paulatina pérdida de peso político y un abandono constante por parte del poder central, sea con el PSOE o con el PP en el gobierno de Madrid. Los agravios, las quejas y los lamentos han sido constantes sin que la sociedad valenciana haya sabido articular las herramientas políticas, económicas y sociales que permitieran una capacidad negociadora que, hasta hoy, puede considerarse un fracaso. Icono de este fracaso es, entre otros, la falta de conexión del AVE entre Alicante, Valencia, Castellón, Tarragona, Barcelona y Port Bou.

Las barbaridades cometidas por los gobiernos del PP con el silencio cómplice del PSPV-PSOE durante los últimos 25 años nos han proporcionado una imagen de sociedad dócil y resignada que sigue votando a los partidos responsables de su deterioro. Las últimas elecciones municipales y autonómicas alumbraron un cierto despertar que la realidad de gobierno se ha encargado de frustrar. Disponer de una amplia representación parlamentaria es la única vía para tener peso en una democracia. Tampoco gran parte de nuestras élites valencianas supo o quiso entender y aprovechar el mensaje.

Para final de año tendremos el regalito de un nuevo gobierno en España. Madrid, Barcelona, Bilbao o Sevilla seguirán con capacidad de mover las fichas del tablero. Los valencianos seguiremos esperando ofrendar nuevas glorias sin que la España que resulte deje de considerarnos como el Levante feliz.