El reciente relevo en los gobiernos municipal y autonómico ha despertado esperanzas de cambio del modelo valenciano (productivo, territorial y de transportes), para abordar los retos de la sostenibilidad ambiental, económica y social. Lo que implica, necesariamente, una revisión lúcida y autocrítica sobre la trayectoria y los planteamientos que nos han llevado a la actual situación de crisis y endeudamiento.

Sorprende, por tanto, la cerrada reivindicación del nuevo presidente de la Autoridad Portuaria de Valencia de la trayectoria del anterior equipo directivo, y su continuismo con los proyectos y las exigencias del mismo. Incluso con más prepotencia de la que se habían atrevido los anteriores gestores: «Ribó acabará entrando en razón» (sobre la ZAL). Y, sin embargo, en mi opinión hay más oscuros que claros en la trayectoria del Puerto de Valencia.

El primero, la decisión de crecer precisamente en la peor ubicación, contigua a la ciudad, justo cuando Marsella o Génova habían desplazado sus dársenas para contenedores lejos del puerto histórico. Nueva York tiene ahora su puerto en Nueva Jersey y ha reconvertido los antiguos muelles de Manhattan en parques urbanos. Aquí, la Autoridad Portuaria rechazó la propuesta de crecer en Sagunt, donde existía suelo industrial abundante, sin las graves servidumbres e impactos urbanos que supone su inmediatez a la ciudad de Valencia, y en ubicación óptima para la que ha sido siempre su principal exportación (el azulejo de La Plana), o en relación con el corredor a Aragón y Bilbao, cuya importancia se ha descubierto€ ¡ahora!.

Ningún otro puerto se ha planteado crecer tan dentro del mar, aunque ya antes de la primera gran ampliación (1991) se advirtió del previsible efecto pantalla para las playas del sur. En la siguiente ampliación se reconocía la grave pérdida de arena, pero se negaba que fuera a aumentar. La erosión de las playas de El Saler y Pinedo parece imparable, y ahora también se pierde playa al norte. El reciente informe del Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (Cedex) insiste en asunto ya conocido (ver Levante-EMV del pasado 31 de octubre).

Así pues, la expansión portuaria amenaza con privar a Valencia de uno de sus principales activos: las playas urbanas. Ya eliminó la de Natzaret. Y encima han cegado la salida del río, canalizándolo por una especie de cloaca, con riesgos inaceptables. Hay que añadir la destrucción de la huerta protegida de La Punta, destinada a una fantasmagórica Zona Logística (ZAL), actuación declarada judicialmente nula, sin que se señalen de ello responsabilidades políticas o penales.

Crecen muelles, dársenas y espacios portuarios, justificándose en un importante movimiento de contenedores, cuyas cifras se manejan de forma creativa. Pero sin explicarnos cuánto de ese movimiento corresponde al mero tránsito de unos barcos a otros, a importaciones o a exportaciones. Italia situó la función de transferir contenedores en la punta de la bota, lejos del norte industrial, y para eso estaba Algeciras en nuestro caso. Los miles de contenedores que se acumulan en tierra, por la gran diferencia entre importación y exportación, desbordan el recinto portuario, invadían y contaminaban la huerta, y ahora llegan hasta Riba-roja. Y a pesar de la baja productividad del puerto, en relación con la superficie ocupada, se quiere ampliar todavía más.

El amarre de los grandes buques portacontenedores a tan corta distancia del casco urbano supone una grave fuente de contaminación del aire, debido a que utilizan el combustible de peor calidad, con alta carga de azufre. Nadie ha evaluado hasta ahora esta contaminación en Valencia, pero está internacionalmente reconocida. En el Mar Báltico y del Norte, y en la mayoría de la costas norteamericanas y canadienses se han establecido áreas de control de emisiones, con la exigencia de que los buques que navegan por esas aguas utilicen combustibles más limpios. En el Mediterráneo no tenemos estas precauciones.

Y mientras tanto, con este balance dudosamente positivo, el Puerto continúa exigiendo a la ciudad y al Gobierno disparatadas infraestructuras que considera imprescindibles, para compensar sus errores de ubicación y de crecimiento, como el acceso norte por carretera. A diferencia de Barcelona, Valencia dispone hace tiempo de potentes accesos a los muelles del sur, por carretera y ferrocarril, aunque este último apenas se utiliza, ya que casi todos los contenedores se siguen moviendo por camión. Por favor, más autocrítica, y más respeto por la ciudad.