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En la mente de los terroristas

Es difícil, por no decir imposible, aunque algún novelista lo haya intentado, penetrar en la mente de los terroristas: abrirse camino en ese amasijo de odio, de rechazo de nuestro estilo de vida, de lo que ven como falsos valores de Occidente, de complejo de inferioridad, humillación, sensación de impotencia, miseria sexual, sumado todo ello al peor fanatismo religioso.

Es difícil entender a individuos que no dan el mínimo valor a la vida, empezando por la propia, que creen a pie juntillas en una religión todavía anclada en muchos aspectos en la Edad Media, que promete a sus «mártires» una vida gloriosa después de la muerte en la que se satisfarán todos sus deseos, ahora tantas veces reprimidos.

Podemos llegar a analizar algunas de las causas que alimentan tan monstruoso fenómeno como puede ser el humillante pasado colonial de los países de origen de los terroristas o sus familias, la doble moral de tantos regímenes árabes apoyados por Occidente, la falta de resolución del conflicto palestino, las guerras y el actual caos de Oriente Próximo, todo ello magnificado por las redes sociales, a las que son tan adictos y que tan bien dominan muchos de esos jóvenes.

Jóvenes que viven en guetos urbanos, sin perspectiva, que sufren la discriminación diaria de quienes son, al menos sobre el papel, sus conciudadanos. Basta darse una vuelta por las «banlieues», los extrarradios de muchas ciudades francesas con sus problemas de drogas, de marginación y falta de trabajo para entender cómo son muchas veces la mejor caja de resonancia para las prédicas de ciertos apóstoles del apocalipsis.

Es difícil sobre todo penetrar en la mente de los terroristas porque los hay „y Osama bin Laden era un perfecto ejemplo de esto„ que no corresponden, sin embargo, a ese perfil de discriminación, de marginación social: su odio a Occidente, simbolizado por Estados Unidos, tenía otras causas, como la de ver la ayuda prestada por el régimen saudí, fiel aliado de Washington, a la destrucción de un país árabe como Irak.

Hay también jóvenes que pueden actuar movidos por lo que ven como la traición de los gobiernos occidentales, que estimularon las llamadas revoluciones de la primavera árabe para luego dejar a sus protagonistas en la estacada y volver a abrazar a dictadores como el egipcio al Sisi.

Sea cual sean las causas de sus actos monstruosos, esos sembradores del pánico no parecen conscientes, ni seguramente les importa, que es sobre todo a sus correligionarios, a los millones de personas de todo el mundo que profesan su misma fe aunque lo hacen de modo totalmente pacífico, a quienes están haciendo el mayor daño.

Su odio a Occidente puede alimentar un odio inverso, que se traducirá inevitablemente en un rechazo cada vez mayor e indiscriminado del islam, alimentará la xenofobia en mucha gente que verá cada vez más a los musulmanes que viven entre nosotros como una especie de quinta columna que quiere acabar con nuestro estilo de vida y nuestras -a veces tan falsas- libertades.

Conviene no olvidar en ningún caso, frente a quienes buscan identificar Islam y terrorismo, que la mayoría de las víctimas de ese cruel fanatismo religioso son personas de la misma creencia, pero que pertenecen a una rama distinta del Islam, como vemos que ocurre diariamente en el convulsionado Oriente Próximo.

Más allá de las frases un tanto hueras del tipo de «todos somos parisinos», que volverán a escucharse ahora, como se escucharon tras los salvajes atentados contra la revista «Charlie-Hebdo», se impone una reflexión seria sobre la relación «non sancta» entre Islam y terrorismo, algo que incumbe de modo muy especial a quienes profesan y sobre todo enseñan esa religión, tan necesitada de un «aggiornamento».

Más allá de la religión, sin embargo, como explica Jean-Pierre Filiu, autor del libro «Les Arabes, leur destin et le nôtre» (Los árabes, su destino y el nuestro", ed. La Découverte), el llamado Estado islámico, «no es sino el producto atroz de la situación de desesperación absoluta y represión salvaje creada por las dictaduras, que prefieren enfrentarse a yihadistas antes que a movimientos ciudadanos». Dictaduras por cierto apoyadas tantas veces por nosotros.

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