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Cuestión de papeles

Me relamo con un foro del New York Times en el que, para hablar de La verdad, reúnen a Robert Redford, Cate Blanchet y a la pareja que encarnan, dentro del caso Rathergate, Dan Rather y Mary Mapes. Cerca de la cita electoral de 2004, ambos fueron punta de lanza de una investigación sobre las huellas que dejó George W. Bush para librarse de Vietnam. A diferencia del Watergate, en esta ocasión los que cayeron fueron Dan y Mary y George fue reelegido para satisfacción de Josemari, entre otros. En el cine club neoyorkino, Mapes reconoce que durante la elaboración del trabajo les colaron más de una mientras su colega, el por entonces Gabilondo de la cebeese, advierte que una década después aún no se ha demostrado que los papeles incriminatorios fueran verdaderos ni... falsos, y que todo indica que la denuncia era cierta. Ya, pero para su empresa la cagaron. Es cierto que no cerraron algún capítulo, pero también lo es que los grupos de presión dejaron el yoga a un lado y que, a diferencia de los tiempos de Nixon, la jauría republicana cogió las redes ya por banda y puso guapos al medio y a su plebe. Pese a que en el libro de Mapes, del que se extrae la peli, ésta desprecia a los diarios con un «eso ya no lo ve nadie», otra diferencia con el antecedente por antonomasia es que, a Bernstein y a Woodward, la cúpula del Post sí que los respaldó a pesar de haber metido también la gamba en el proceso. De hecho, allí estaba la autora desahogándose en otra vaca sagrada, mientras que la cadena implicada se ha opuesto a promocionar la cinta, de la que no quiere saber nada ni cobrando. Esto me recuerda al baloncestista Lamar Odon que, cuando hace nada apareció inconsciente, el que dio la versión del burdel de Nevada fue el jefe de comunicación. Una salida es. En la profesión hay, desde luego, algunas bastante peores.

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