Quizás por estar aún en la edad de que lo movilicen, Albert Rivera, líder de Ciudadanos, no ha dudado en afirmar de inmediato su buena disposición a que España envíe tropas en la lucha contra el yihadismo terrorista. Habrá que explicarle a este buen muchacho que tanto los organismos políticos internacionales como los de defensa deben agotar, antes de una operación bélica terrestre, otros caminos no sólo con el objetivo de una supuesta victoria o pacificación, sino con lo que hacer con un país el día después. No es preciso recordar el fracaso de las primaveras árabes, lo ocurrido con Irak y Afganistán o, peor aún en el caso de Francia, la situación dejada en Libia sin el coronel Gadafi.

Como muy bien explicó hace unos días Hillary Clinton, hay que llevar mucho cuidado no vayamos a recoger lo que sembramos. Recordemos a José María Aznar, hoy calladito en su madriguera, cuando nos prometía mayor seguridad mundial como consecuencia de la invasión y nuestra participación bélica en Irak.

No están los tiempos políticos, ni internacionales ni nacionales, para gobernantes eufóricos que no saben distinguir la espuma del éxito con la necesaria capacidad de análisis y la reflexión meditada y bien nutrida de información. Mal síntoma el de este joven político que a las primeras de cambio y sin conocer todavía si le darán vela en el entierro expresa la ignorancia en su opinión sobre asuntos tan complejos y delicados.

La diplomacia hoy se sustenta fundamentalmente sobre la economía y sobre la defensa. Y si la economía, como quedó demostrado, no se aprendía en dos tardes, la defensa muchísimo menos, porque entre otras cosas la vida humana se pone en peligro de manera directa en este último caso.