Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La incertidumbre

A los dos meses del fallecimiento de su esposa tenía más dudas que granos un adolescente, y lo malo es que no cesaban de aumentar. Era una duda andante, un signo de interrogación vivo, una incertidumbre continua.

Erase una vez un hombre que tenía dudas sobre si debía casarse o no. ¿Debo hacerlo?, le preguntó a su novia, que respondió que ella también las tenía. Curiosamente, las dudas de ella despejaron las suyas. Decidió casarse y cuanto antes mejor. A los dos años, él le habló de sus dudas acerca de si debían o no traer hijos al mundo, a lo que ella respondió que tampoco estaba segura, a ratos pensaba que sí y a ratos que no. El resultado fue que tuvieron tres hijos. Cuando llegó el momento de decidir si compraban un piso, pues los alquileres se habían puesto por las nubes, todo discurrió de forma semejante a lo ya relatado. Las dudas de la mujer eliminaban las del hombre incluso en las cuestiones más nimias de la vida cotidiana. No sé si echarme un rato, decía él después de comer. Yo tampoco, decía ella, y al poco estaban en la cama.

Se hicieron mayores sin abandonar este método decisorio, que siempre funcionó al gusto de ambos, y un día ella se murió en un acceso de tos. Ya en el tanatorio, contemplando a su mujer a través del cristal de la pecera que dividía a la muerta de los vivos, él le dijo mentalmente que no sabía si morirse o no. Ella no movió un músculo, claro, y él se quedó con la duda. Pasados unos días, dudó si vaciar el armario de su mujer y regalar su ropa. Tampoco recibió respuesta. A los dos meses del fallecimiento de su esposa tenía más dudas que granos un adolescente, y lo malo es que no cesaban de aumentar. Era una duda andante, un signo de interrogación vivo, una incertidumbre continua. No sabía qué dieta seguir ni qué película ver ni qué programa de televisión sintonizar.

A veces, se detenía en medio del pasillo, dudando si entrar en la cocina o en el cuarto de baño. Y a quién votar, Dios mío, se preguntaba, a quién votar, y qué ropa me pongo para la primera comunión de la segunda nieta. Titubeaba siempre, incluso al hacer la compra, pues si pedía un quilo de mandarinas al final decía que le quitaran cuatro piezas. Ya en el lecho de muerte, el hijo mayor le preguntó si prefería que lo incineraran o lo enterraran, a lo que respondió: «Que me incitierren». Había resuelto por primera vez en su vida una duda por sí solo. Y así se hizo. Lo convirtieron en cenizas que a su vez inhumaron en la sepultura familiar. Una vida.

Compartir el artículo

stats