El movimiento atmosférico es uno de los mecanismos para equilibrar el gradiente energético. Se rige por diversas fuerzas. La principal es el gradiente de presión y considerado en solitario genera una aparente contradicción: el mayor gradiente de presión se da en vertical con la caída de la presión con la altura pero los movimientos más numerosos son horizontales. La presión disminuye a razón de 1 milibar cada 10 metros de altura. Los extremos superficiales oscilan entre los 1084 del anticiclón siberiano a los 876 de un tifón del Pacífico. Ese mismo cambio de presión, en vertical, se alcanzaría apenas a 2000 metros de altitud. La contradicción se resuelve añadiendo la gravedad a la ecuación: el movimiento descendente de la gravedad compensa el movimiento ascendente que debería darse desde las mayores presiones superficiales a las más bajas en altura. La tercera fuerza a considerar es la fricción del viento contra la rugosa e irregular superficie terrestre. La fricción es menor en el mar que en tierra y aquí, mayor en una zona boscosa que en otra de vegetación baja. Esta fricción, disminuye con la altura y prácticamente es inexistente a partir del primer kilómetro, pero aumenta los días claros con mayor calentamiento superficial y turbulencia y disminuye los días con inversión térmica. El último elemento a considerar es el desvío (a la derecha en el hemisferio boreal; a la izquierda, en el austral) que experimenta una masa de aire por la rotación terrestre, el efecto de Coriolis, por el físico francés que lo describió en 1844 y que le valió el honor de tener su nombre grabado en la torre Eiffel. El resultado final es que el viento se mueve de las altas a las bajas presiones siguiendo las isobaras. Y esos vientos mueven los océanos, la fauna y a la propia Humanidad.