Abres la puerta. Encuentras unos ojos que no miran, unas manos que retuercen la presencia del miedo. La incertidumbre y la sensación helada de estar viviendo un mal sueño que nunca termina. Encuentras un alma que se ha quebrado, que no halla razones con las que agarrar la realidad. Abres tus brazos, tu mente y tu corazón, éste se hace, de repente, vulnerable, porque escuchar la esencia del dolor, remueve cada uno de sus recovecos. Ella no sabe nada, sólo que, un día, le escogió, o él a ella, eso es incierto ahora, creó un mundo de besos, y que sus palabras hoy la golpean, cuando no sus puños.

Ese es tu trabajo. No es un expediente ni una fría estadística. Es una vida rota que, ante ti, es la vulnerabilidad del ser humano, con letras mayúsculas. Tu energía, tus conocimientos, no juzgar, escuchar, ordenar pensamientos, acoger emociones, orientar, acompañar, respetar. Cuando todo esto forma parte de tu actividad laboral, tu trabajo no es sólo eso, es algo infinito, te humaniza, cada actuación merece la pena, y es una lucha pequeña, en mitad de una batalla que otros dicen dirigir con una incierta y desordenada estrategia, que no parece dar resultado, porque ellas mueren, no, a ellas las matan. Y tu pequeña lucha, con mil obstáculos y ningún reconocimiento, tiene esos ojos, esa mirada que, de pronto, se vuelve familiar, y cuando ella sale por esa puerta, tu abrazo hace el resto, y tu vocación ha tendido puentes de solidaridad y de humanidad al sufrimiento.

(Para las mujeres que son maltratadas por los hombres. Para todas/os las/los profesionales que las atienden, en especial, para las/los letradas/os de las oficinas de Atención a las Víctimas del Delito de la ComunitatValenciana).