Desde que nos levantamos por la mañana ponemos en funcionamiento la máquina de sentipensar, añadiendo elementos que nos van haciendo ser lo que somos. Pues bien, no somos más que construcciones sociales que, bajo la opresora suela del patriarcado, reproducimos, absorbemos y hacemos cultura. Y aunque se pretenda hacernos creer que la existencia del patriarcado es un fantasma del pasado sólo visible en el espacio privado, no nos engañemos, la realidad es bien distinta: es un problema social y sus consecuencias son palpables en el aumento de violencia de género.

La Administración, por su lado, nos hace ver que vamos camino de la igualdad o, en el mejor de los casos, que ya disfrutamos de ella a través de parcheados llevados a cabo por ésta, como pueden ser las campañas a favor de la igualdad, la educación mixta que se ofrece desde el sistema educativo, la insuficiente Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, o colocando más mujeres en las fotografías de turno con la intención de visibilizar así la igualdad en los puestos públicos y de poder.

Sin embargo, hay un conjunto de evidencias que demuestran que el problema de violencia machista o violencia de género no se atajará de raíz mientras no se asuman las responsabilidades oportunas en materia de educación, ni exista una voluntad real o buen trato por parte de la Administración y de los distintos agentes de socialización. Y es que mientras se sigan reproduciendo unos valores individualistas donde la posesión y el poder reine sobre todas las cosas, mientras que la violencia cultural a través de los medios de comunicación sea aceptada e integrada en nuestras vidas como algo natural, y mientras no exista en nuestra sociedad la conciencia de que se sigue educando al hombre en el poder, o como diría John Stuart Mill, bajo la «pedagogía del privilegio», seguiremos caminando en la línea de la violencia.

Por ello es necesaria la coeducación, como única forma para construir una sociedad en la que participemos todas las personas y donde no se permita ningún maltrato; donde se haga justicia, no sólo empoderando a la mujer y haciéndola consciente de la importancia de su emancipación, sino educando al hombre para que se desprenda de todos aquellos privilegios que le han sido concedidos durante toda la historia de la humanidad. Porque hablar de coeducación no sólo significa hablar de espacios compartidos, sino también del cambio de lenguaje en las aulas, en el espacio privado, en los libros de texto; de que el lenguaje no sexista deje de ser ortopédico o difícil de utilizar. Coeducación es que no sea tan necesario mirar lo que tenemos entre las piernas y reconocer a la otra persona al margen de los roles de género; es andar con los mismos zapatos sobre los mismos derechos; es hacer valores; es cambiar unas estructuras culturales; coeducar es que una sociedad no permita ningún mal trato; porque una sociedad que maltrata solo puede educar a maltratadores.