En estos momentos de dolor por el horror de los salvajes atentados ocurridos el pasado viernes en Paris, y al hilo de las manifestaciones patrióticas de orgullo republicano francés, a uno se le vuelcan los sentimientos de agradecimiento y reconocimiento por lo mucho que Francia históricamente ha hecho por España.

Los únicos que fueron capaces por sí mismos de liberarse del yugo opresor del Antiguo Régimen para construir un nuevo estado de ciudadanos y ciudadanas libres, iguales y solidarios, desgraciadamente padecen el horror de la barbarie y la sinrazón de aquellos que obcecados por su fanatismo religioso, son incapaces de convivir en una sociedad plural y laica, respetuosa con todas las opiniones.

Cada país es sujeto de su propia historia y hoy podemos mirar con admiración y envidia, la realidad de nuestro país vecino, pero hemos de hacer simultáneamente un ejercicio de contricción, toda vez que hemos denostado históricamente todo lo bueno que venia del otro lado de los Pirineos.

Desde el siglo XVIII el apelativo de «afrancesados», se ha aplicado en España de forma peyorativa a los seguidores de lo francés. Este sentimiento popular fue alimentado por el clero y por las élites aristocráticas españolas contrarias a la ilustración que el enciclopedismo aportaba, como exponente de la ruptura con el Antiguo Régimen y con todas sus estructuras (régimen señorial, sociedad

estamental y monarquía absoluta). La mayoría de españoles que fueron acusados de afrancesados o colaboracionistas durante la ocupación francesa a principios del XIX, consideraban que ante el atraso estructural de España, su modernización solamente podía venir con la aplicación de los valores que habían inspirado la Revolución Francesa.

Esa ultraderecha absolutista apelaba al afrancesado como el traidor a la causa «española», alimentando así el odio al invasor francés, para perpetuar un sistema estamental contrario a todo tipo de liberalismo modernizador. Los amantes del enciclopedismo, de la ilustración, de la libertad, de la solidaridad, de la igualdad, de la justicia, de la ciencia, de la fraternidad, de la razón y de la verdad somos pues afrancesados. La Marsellesa se llama así porque fue adoptada espontáneamente por los soldados voluntarios que marcharon desde Marsella a París para defender a Francia de Austria, a quien acababan de declarar la guerra.

Mas de doscientos años después, los españoles carecemos hoy de una canción propia que nos identifique como ciudadanos en este mundo, y esta carencia ha lastrado históricamente nuestra vertebración.

Dado que en España no tenemos una canción a la que denominar La Barcelonesa. ¿Por qué no ? Hoy España es suficientemente madura para aparcar, por todas las tristes connotaciones que evoca, la marcha real-granadera, y sustituirla por el Himno de Riego, denominación que recibe el himno que cantaba la columna volante del teniente coronel Rafael del Riego tras la insurrección de éste contra el rey absolutista de España Fernando VII, el 1 de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan. Pongámoslo en marcha y hagámoslo.