Tras los gravísimos atentados de París, la respuesta que está dando el Gobierno y la sociedad franceses es absolutamente ejemplar. François Hollande ha conseguido reinventarse en las dos últimas semanas, volviendo a demostrar la incuestionable capacidad diplomática de la que siempre ha hecho gala Francia, abanderando la difícil tarea de tejer las bases de una posible alianza internacional contra el terror. Quizás sea esta una de las razones por las que el terrorismo yihadista tiene especial interés en atacar a nuestros vecinos europeos, al ser un país de firmes convicciones democráticas y que defiende con orgullo las palabras «liberté, égalité, fraternité».

En el lado opuesto tenemos la reacción del Gobierno español, centrado en los próximos comicios del 20D, y que lamentablemente no está actuando conforme le sería exigible. No es necesario recordar la estrecha colaboración que hemos recibido de Francia para acabar con los asesinos de ETA, y por lo tanto, en justa reciprocidad deberíamos estar actuando. Condicionar nuestro apoyo a una previa y formal solicitud, mejor si la misma se produce después de las elecciones generales, parece que no es una respuesta muy acertada y solidaria. Sin embargo, y si tenemos que aceptar que hasta la conformación de un nuevo parlamento sólo podemos situarnos en el espacio del apoyo simbólico, la imagen ofrecida con la ampliación del pacto antiyihadista es verdaderamente pobre. El hecho de que Rajoy y Sánchez no acudieran a ese importante acto de unidad política frente al terrorismo, y la puesta en escena posterior, donde difícilmente cabían en la mesa todos los nuevos firmantes, parece que ha sido una errónea manera de demostrar que existen pactos de primera y de segunda. El bipartidismo se ha equivocado y hasta los que simplemente fueron a ese encuentro como meros observadores son dignos de todo reconocimiento.

Por último, otro de los temas donde tampoco vamos a acertar es con el hecho de sacar ahora las pancartas del «No a la guerra». Tras la aprobación por unanimidad de la resolución 2249 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde se reclama al mundo el uso de todas las medidas necesarias para acabar con el Estado Islámico, nos hemos situado en un escenario de legalidad internacional totalmente distinto al que se produjo con Irak. Desgraciadamente, la democracia no siempre se puede defender desde posiciones pacifistas, y cuando la barbarie está volviendo a manchar de sangre las calles de Europa, la peor de las recetas es la demagogia y las lecturas sesgadas a una cuestión tan compleja como el terrorismo yihadista.