Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La niña de Rajoy y el hijo de Rajoy

Las cadenas de televisión han anunciado más debates, entrevistas y tertulias que nunca con los candidatos electorales de los principales partidos. Una combinación de eventos que tiene dos constantes. Por un lado, el peso del bipartidismo se ha visto atenuado, merced a la aparición de Podemos y Ciudadanos: hay un cara a cara, pero también debates a tres y cuatro bandas. Por otro lado, Rajoy participará en estos debates lo mínimo que le ha resultado posible: un debate a dos con el líder socialista, Pedro Sánchez, el 14 de diciembre.

Rajoy es una persona de costumbres, y hará en 2015 lo mismo que hizo en 2011. Sólo un debate, y del perfil más bajo que sea posible. En 2008, con Zapatero, hubo dos; pero entonces, Rajoy no tenía una posición negociadora tan fuerte como en 2011 o ahora, puesto que el favorito para ganar las elecciones era el entonces presidente Zapatero, y Rajoy quien aspiraba a destronarle.

En 2011 y ahora, en cambio, Rajoy parte con ventaja para obtener la victoria (mucho más entonces que ahora, es cierto). Y además, concurre otra circunstancia: la democracia española está viviendo un claro proceso de mediatización o, más específicamente, «televisización». Es una democracia en donde los debates, las noticias, y sobre todo los candidatos, llegan a los ciudadanos a través de los medios, sobre todo la televisión. De manera que los candidatos de los «nuevos» partidos, Albert Rivera y Pablo Iglesias, están habituados a operar en la televisión y, de hecho, deben buena parte de su éxito a este medio televisión. El candidato del PSOE, Pedro Sánchez, también es telegénico. Rajoy, en cambio, como es notorio, no.

Rajoy no tiene mucho que ganar debatiendo con gente más joven y mejor adaptada al medio televisivo. Podría vencer aludiendo a su imagen de experiencia, a su previsibilidad, frente a la incógnita que implica todo cambio. Pero el problema es que lo más probable es que Rajoy acabase cometiendo llamativos errores que condensarían el balance del debate que harían los ciudadanos.

Aún tenemos muchos en el recuerdo el ridículo discurso de cierre de Rajoy en los dos debates de 2008, en que apelaba, de forma absolutamente impersonal, a una misteriosa «niña» que encarnaría a España y que él, Rajoy, afirmaba tener en su corazón y en su cabeza. Y, mucho más reciente, su metedura de pata con Carlos Alsina, con esa icónica frase «¿Y la europea?») que concluyó la surrealista ronda de preguntas del presidente al periodista.

Así que la decisión de Rajoy es racional. Impresentable, pero racional. Se arriesga a perder muchos más votos yendo a los debates que los que perderá quedándose en casa. Incluso aunque aduzca, con suma desvergüenza, falta de tiempo para debatir como razón para no ir a más debates? mientras se dedica a ejercer, esta misma semana, como comentarista deportivo en la Cadena COPE.

Algo que, a la vista está, a Rajoy le gusta más que debatir con otros candidatos. En la COPE se vio un Rajoy suelto, entretenido, que claramente disfrutaba de la situación.

También en un momento que ha sido muy criticado: cuando el hijo de Rajoy, de diez años, hizo un comentario inapropiado (pero normal, tratándose de un niño) respecto de los comentarios de un videojuego de fútbol («dejan mucho que desear, por no decir que son una basura»), cuyos autores son precisamente dos periodistas de la COPE.

Rajoy reaccionó dándole a su hijo un ademán de colleja, con la que ni remotamente pudo haberle hecho daño, para reconvenirle. Un gesto en el que algunos han visto una desaforada violencia de Rajoy hacia su hijo.

A mi juicio, quienes así lo ven tienen muchas ganas de creerse su propia historia: un malvado presidente que atormenta a su hijo. Pero cualquiera que vea las imágenes sin desear lo peor para su protagonista verá, más bien, a un padre que le afea a su hijo su conducta, y poco más. Un Rajoy inusitadamente humano, tal vez porque estaba hablando de fútbol, que es lo que más le gusta.

Compartir el artículo

stats