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Valencianos y España: algo debe cambiar

Algo debe cambiar en la relación entre España y Valencia. El último informe del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) sobre estos últimos 25 años es la más dura radiografía de lo que nos ha pasado como sociedad. Y a no ser que pensemos que toda la culpa de esto es nuestra, deberíamos comenzar a pensar que algo debe cambiar en el papel de Valencia en España y en cómo el Gobierno central ha tratado a esta sociedad. Resumamos algunos puntos de aquel informe del IVIE.

Desde 1990 hasta hoy:

1. El PIB per cápita valenciano ha crecido 8 puntos menos que el español.

2. El paro valenciano es 8 puntos superior a 1990 y 1,2 puntos superior al español.

3. La productividad económica valenciana es un 9 % inferior a la española.

4. La renta per cápita valenciana es un 11 % inferior a la española.

Ante esto, debemos tener en cuenta que:

1. El gasto público por habitante en Valencia es un 20 % inferior a la media española.

2. La población valenciana ha aumentado 9 puntos más que la española.

3. Los funcionarios y empleados públicos en Valencia son un 20 % menos que en España.

4. Las dotaciones de infraestructuras y equipamientos sociales y culturales valencianas son un 20 % más reducidas que en España.

Fríamente hablando, ¿qué más datos necesitamos para proponer un reenfoque del papel que han jugado los valencianos en este último cuarto de siglo? Si a estos sumamos un deficiente sistema de ingresos „pese a gastar menos, como se ha demostrado„, un endeudamiento elevadísimo derivado de esta insuficiencia financiera y una inversión pública estatal en obra pública por debajo de lo que representa el porcentaje de población valenciana y sus necesidades „en torno al 10/11 %„, observaremos que estos últimos 25 años pueden calificarse de, al menos, poco propicios para la sociedad valenciana. La buena noticia es que, si con todos estos datos, todavía estamos aquí y somos la comunidad autónoma más exportadora, es por nuestro espíritu de resistencia y por haber suplido con esfuerzo, dinero y dedicación lo que el Estado no ha asegurado, ni en médicos, ni en educación, ni en cultura, ni en trenes o carreteras.

El voluntariado valenciano se torna una obligación ante la ausencia de Estado. El tejido asociativo y cooperaivo, una necesidad ante la pasividad. La iniciativa empresarial se nos muestra como un compromiso personal ante la inactividad y el dinamismo local se convierte en un deber ante la sordera. Esto debe terminar y el modelo ha de ser reenfocado. Ante las elecciones del 20 de diciembre, la voz de Valencia debe hacerse notar, con un mensaje regeneracionista interior y exterior. Hoy se necesita un discurso sobre España hecho desde Valencia. Debe reconocerse de una vez por todas que el modelo de articulación del estado surgido en la transición en torno a Madrid, en torno a una manera de ver los afanes y necesidades de la Villa y Corte, ha dado todo lo que podía dar y a la vista está que no ha sido propicio a los valencianos.

El modelo nacido de 1978 está exhausto. Lo nuevo y lo viejo, que se está enfrentando hoy, es también lo nuevo y lo viejo a la hora de entender España y sus realidades territoriales. Profundizar en el modelo de 1978 sólo nos llevará a la melancolía. Es posible otra orientación de la economía, de la exportación, de las infraestructuras? Nuestra obligación ahora es hablar de España y a España desde Valencia. Y debemos comenzar por las infraestructuras, dotaciones y equipamiento público porque redunda en la vida cotidiana de todos nosotros. En la actualidad, las dotaciones por habitante en la Comunitat Valenciana son un 20 % inferior a la media, siendo ésta la mayor diferencia de los últimos 25 años. Y la relación entre capital en infraestructuras y PIB, que siempre ha sido menor en la Comunitat Valenciana, ha ampliado su diferencial desde 1995 hasta situarse en 22 puntos porcentuales.

En este contexto, hablar de igualdad de todos los españoles es ilusorio. Y ante el manido recurso al «no hay dinero», deberíamos hablar de los 4.500 millones que puede llegar a costar el rescate a las autopistas radiales de Madrid o de la intención del Ministerio de Fomento de hacer de Barajas el primer hub ferroaeroportuario de España, mientras los puertos mediterráneos no disponen del potencial intermodal que necesitarían, comenzando por el Valencia. Y deberíamos responder también que si no hay dinero en Valencia para el túnel pasante y sus obras anexas, sí lo hay para los doce túneles construidos en los 50 kilómetros de la variante de Pajares del AVE a Asturias. Se argumentan problemas técnicos en el subuselo de Valencia para abaratar el coste de la operación Parque Central, pero no parece haber límite económico ni problema técnico alguno, para construir un túnel de 25 kilómetros en esa misma variante de Pajares bajo las duras piedras de la Cordillera Cantábrica.

La única buena noticia es que hemos tocado fondo. Ante esta situación, se precisa un regeneracionismo que reconstruya primero Valencia y su sociedad y que al tiempo influya en una España diferente, que dé una oportunidad al cambio de modelo de estado, al cambio de organización territorial, de distribución de inversiones, de pesos entre periferias y centro. Hay que dar la vuelta a la situación como un calcetín, alterando sustancialmente alianzas, explorando diagonales inéditas, descubriendo complicidades novedosas. El Estado debe reconocer, por ejemplo, la importancia y liderazgo del Eje Mediterráneo. Un reciente estudio del Círculo de Empresarios certifica que, en 2015, siete de cada diez de las empresas medias más dinámicas de España se reparten, por este orden, entre Cataluña, Comunitat Valenciana y Murcia.

El estudio del IVIE muestra con pruebas que este modelo no ha sido propicio a los valencianos y que, aún así, exportamos y emprendemos. Estamos probablemente ante uno de los momentos más delicados de la historia reciente de los valencianos, pero también ante la oportunidad más trascendente para alterar el rumbo que hemos vivido en este último cuarto de siglo.

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