No hay duda de que desde los recientes ataques yihadistas en París y la situación de alerta contra la amenaza terrorista en la mayoría de los países europeos, la ciudadanía se mantiene en un estado de latente inquietud y reflexión sobre lo que nos viene encima, en el presente y en el futuro. Evidentemente que nos afect a vecinos y vecinas porque es fuente de conversación y de contraste de opiniones, diversas y diferentes.

No es menos cierto que para entender lo que está ocurriendo debemos huir de las respuestas simplonas que irradian interesados desconocimientos, y recurrir al pasado implacable que nos muestra la Historia. Oriente Medio es hoy (y ayer) un polvorín incontrolado debido a procesos de descolonización mediatizados por las potencias occidentales con el interés económico por bandera, con la necesaria colaboración de los repetitivos errores de las Naciones Unidas. La mayor responsabilidad de lo que acontece en la actualidad en todo el planeta, corresponde, fundamentalmente, a los países vencedores de la II Guerra Mundial, es decir, los países que tienen derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Dicho lo dicho, si denunciable es la inacción de Europa ante la avalancha de cientos de miles de personas que solicitan refugio debido a la inestabilidad política y militar de sus países de origen, lo es también que desde hace décadas, ha ido acogiendo de forma progresiva en el tiempo, a de miles de hombres y mujeres de Oriente Medio, y de otros países como Argelia, Marruecos, Túnez o Egipto, sin que los gobiernos previeran ningún plan de acción contra la marginalidad social que pudiera sucederles. Así se han ido creando guetos y evolucionando negativamente la convivencia. Entre todos, y las administraciones locales, autonómicas y estatales se han de encontrar fórmulas de integración intercultural, de respeto y tolerancia a las identidades y religiones diferentes, pero sabiendo que solo una sociedad democrática, laica, permeable y tolerante es capaz de conseguir una pacífica convivencia entre todos los sectores ideológicos que la componen. Los ataques que recibimos son botones de muestra de la conflictividad no resuelta entre las diferentes culturas que conviven en Occidente. Y debemos apostar fuerte y con convicción, seguros de que no hay más camino que la integración en los términos mencionados.

Ahora bien, ¿qué pasaría si el presidente Hollande nos pide ayuda en la intervención militar en Siria? De las conversaciones entre vecinos y vecinas, incluso familiares, se desprende que no hay la abrumadora mayoría del pasado «No a la guerra». Y, sin embargo, sí hay unanimidad en que, llegado el caso, no debemos cometer los errores del pasado y destruir países como Afganistán, Irak o Libia que han pasado a manos de los señores de la guerra, a mafias económicas y a un ejército de criminales mercenarios que constituyen el Estado Islámico y matan cruelmente, en nombre del islam, a la población civil musulmana en sus países, provocando su estampida, legítima, hacia Europa. La comunidad musulmana es, en su inmensa mayoría, pacífica. La pelota está en la ONU, que debería legitimar cualquier intervención militar, si se presenta una alternativa social y política de desarrollo económico y convivencia entre todos los sectores de la población.