Hace ya muchos años, hasta donde me alcanza lo que fue mi párvula memoria, recuerdo la presencia de ese objeto llamado escupidera y haberla visto en centros oficiales y locales públicos. Y recuerdo que quien escupía era un varón. El escupir era cosa de tíos y a tenor de la forma en que se hacía, la mayoría de las veces no existía esa necesidad fisiológica, sino que era un gesto de mostrar a los presentes la madurez y la hombría. Y digo que era hombría porque raramente escupían las mujeres, eso era cosa de guarras, y si lo hacíamos los críos decía nuestra madre o cualquier persona mayor que «escupir era cosa de judíos».

Bastantes de aquellos machos trataban a sus mujeres como si fueran sus escupideras. Intuía que tales malos hábitos „escupir y agredir a la mujer„ no hubieran sido favorecidos por las señoras madres de los varones de aquellos tiempos, quienes siendo un niño se les recriminaba por escupir y pegar a las niñas y ya mayores nada decían al respecto, a pensar de que se escupía y agredía a la mujer con más frecuencia. Pero claro, ¡ya eras un hombre!

Ya hace años que desaparecieron las escupideras. En los locales públicos fueron sustituidas por carteles de «prohibido escupir», pero se seguía escupiendo. Pasado un tiempo, los malos hábitos de escupir y de agredir quedaron circunscritos al ámbito de lo privado, pero cuando trascendía al dominio púbico la agresión quedaba tapado por la comprensión social y por un falso ánimo de no meterse en la vida de los demás. Aún mas, se decía que lo que ocurría entre la pareja era cosa de ellos y de nadie más.

Estando ejerciendo como abogado , un guardia civil me contó que hace ya algunos años llegó una señora al cuartel y le dijo que quería denunciar a su marido porque le había pegado, y que tuvo que contestarle que volviera a su casa no fuera que su marido se enfadara aún mas y acabara haciéndole daño de verdad. Y cree que hizo lo correcto porque antes nada podía hacerse frente a la violencia de género .

En la actualidad ya hay suficientes normas instrumentales para hacer frente desde la legalidad a esta lacra. Eso no evita la actuación del agresor, pero la mujer agredida puede consentir o no tales conductas. Pienso que si no hay más denuncias por agresión sobre la mujer es porque tienen un elevado precio. No todas pueden permitirse el lujo de denunciar. La dependencia psíquica o/y económica hace que la víctima tenga que pasar por este trance, tiene que seguir siendo la escupidera para seguir viviendo, aunque ello le cueste la vida.

Aún faltan puentes para que la mujer pueda pasar al otro lado del río y sentirse segura de cuanto dejó en la otra orilla. Lo que hagan con el agresor me importa un carajo, lo que me importa es lo que hay que hacer con la mujer para que denuncie. Hay que lograr la tolerancia cero pese a lo elevado de su precio. Pero como no cambien las cosas en otras instancias y aunque lo de la manifestación del 25 de noviembre estuvo muy bien, me temo que no será la última.