He leído en estas mismas páginas de Levante-EMV del domingo 29 de noviembre dos interesantes artículos de Josep Vicent Boira y Xavier Ribera sobre la relación entre los valencianos y España, y los valencianos y el poder, respectivamente, que nos invitan a reflexionar e iniciar el diálogo sobre cómo nos vemos y cómo no nos ven. En «Les originalitats», brillante ensayo en el que se advierte del fundamento de su obra posterior, Joan Fuster afirma: «Entre totes les obsessions que van patint l´home i la societat actual, n´hi ha una de profundament tenaç: l´obsessió d´aixó que s´anomena "originalitat"». Se trata de la voluntad de evidenciar lo que uno verdaderamente es. Individual y colectivamente. Y este es el momento en el que los valencianos podríamos encontrarnos, el de la visibilidad. En la novela «El caballero inexistente», Italo Calvino califica de personalidad inexistente (invisible) aquella que se limita a funcionar sin ser capaz de identificarse.

En concreto, en nuestra sociedad valenciana, ¿cuál es nuestro posicionamiento? ¿Cuál es nuestra estrategia? En realidad no llegarán a reconocernos los demás si no somos capaces de identificarnos nosotros mismos. Y no valen respuestas que se conformen con nuestro esplendoroso pasado, donde abundan magnánimos reyes o controvertidos papas. Resulta necesario dar respuestas, aquí y ahora, sobre el papel a desempeñar en la realidad actual. Al respecto, la vicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra, se pregunta «qué hemos hecho los valencianos para que el gobierno de España nos trate de esta manera». Y yo preguntaría también qué no hemos hecho.

Hace ya unos años, Damià Mollà y Eduard Mira iniciaron con «De impura natione» una vía que apuntaba a que Valencia desempeñara un papel dual atendiendo a su posición de frontera entre la cultura catalana y la castellana. La impureza era nuestra esencia. En nuestra opinión, lo es, en todo caso, la diversidad. Esta es nuestra originalidad. Romana, musulmana, diversa, dispersa. Dos lenguas, dos culturas, catalana, castellana, Jaume I, els Furs, Caspe, los Trastámara, Felipe V, Almansa. Más tarde, otras líneas de pensamiento prosiguieron con la argumentación. Así, Colomer, Company, Franch y Nadal „«Document 88»„ pusieron por escrito lo que por las noches debatíamos en las tertulias del Hotel Inglés.

Hoy resulta difícil referirse a la realidad valenciana sin admitir su diversidad. Incluso en la apuesta catalana sobre nuestra identidad, la originalidad valenciana resulta innegable. La realidad es la que es y nuestras discusiones históricas nos llevan a vía muerta en muchos de los temas, como el de la lengua, la denominación, y nuestra adscripción identitaria. Será obvio, pero la verdad es así de simple. No hay nada más testarudo que lo razonable.

En ocasiones, un nombre puede que no haga la cosa pero puede impedir que la cosa se haga. Fuster, en «Questió de noms», defiende su opción («un sol poble») pero la realidad ha venido a demostrar lo que él mismo reconoce, que «no podía desfer-se en quatre dies una situació sedimentada al llarg de quatre segles». Y esta es la situación ante la que nos encontramos. Que alcanza hasta nuestra propia identidad. Hoy, la sociedad valenciana debe alcanzar un posicionamiento colectivo con el que nos sintamos identificados para que nuestra originalidad no resulte invisible. Si es que verdaderamente lo deseamos.