Recuerdo en cierta ocasión que, paseando por el centro de Valencia con mi anciana madre, un hombre paquistaní nos abordó y con total espontaneidad se puso a hablar con nosotros. Nos contó que en su país los viejos eran venerados, según él, presidían las celebraciones familiares incluso estando enfermos. En los años que este hombre llevaba viviendo en España se había dado cuenta que en nuestro país más bien se les aparta. Lamentablemente no le faltaba razón en sus apreciaciones bienintencionadas ya que en nuestra sociedad ha calado la idea de que los mayores molestan. Con toda espontaneidad el ciudadano paquistaní nos dio una lección de humanidad. Los viejos, en el buen sentido de la palabra, no existen. No podemos permitirnos el lujo de desaprovechar su sabiduría.

Este país será de viejos en pocos años. Tenemos una de las esperanzas de vida más altas del planeta. Según informe del Instituto Nacional de Estadística (INE), correspondiente a 2014, la expectativa vital de una mujer en España al nacer es de 85,7 años, mientras que en el caso de los hombres alcanza los 80,2 años. Si contabilizamos a ambos sexos, la media es de 83. Consecuentemente habrá mucha sabiduría acumulada en nuestra población. ¿Vamos a prescindir de ella? Hay un proverbio alemán que dice que los árboles más viejos dan los frutos más dulces.

Muchas voces claman sobre la recuperación de la memoria histórica, deberíamos planteárnosla en un primer eslabón por la recuperación del cariño, las necesidades y los cuidados que requieren nuestros mayores tanto a nivel colectivo como en el ámbito privado. Las ayudas a la dependencia y a los cuidadores, que sufren un desgaste psicológico formidable, deberían ser prioritarios.

Estas percepciones sobre la vejez acaban plasmándose al mundo laboral. En muchas empresas los veteranos de mediana edad ya no sirven, se alega que hay que rejuvenecer las plantillas. De facto se tira por la borda toda la experiencia acumulada en años. Los veteranos son empleados que por sus características son fuente de conocimientos difíciles de plasmar en datos o en material informatizado. Poseen una cultura del savoir-fer de la que carecen los inexpertos jóvenes. Conjugar juventud y veteranía puede significar el éxito. Lo jóvenes junto a los empleados veteranos aprenderán realmente su oficio.

En política la veteranía es un grado, sin embargo ahora se ha puesto de moda dar paso a las nuevas generaciones con la idea de que traen aire fresco. Realmente lo que se consigue es que brillantes promesas se pierdan en el camino estallando sus posibilidades potenciales por causa de la lógica inexperiencia. Limitar los mandatos a un gran político por razones temporales es como limitar las temporadas a un gran deportista. Dejemos que den todo lo que llevan dentro antes de defenestrarlos o aparcarlos por motivos de la edad. Los políticos que cuentan con gran experiencia nos deberían ofrecer un plus de serenidad y equilibrio. Joaquin Leguina asegura que la gente veterana igual no tiene la misma fuerza que un joven, pero tiene menos posibilidades de meter la pata y eso en política es una gran ventaja.

Nos pasamos la vida aprendiendo, equivocándonos, rectificando y cuando llegamos a la vejez empezamos a comprender casi todo. Muy importante es saber envejecer con dignidad, puede que sea una de las cosas más complicadas de la vida pero hacerlo nos aportará mucha serenidad.