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Pequeños gourmets

Imagino a las abuelas en casa babeando ante esos pequeños cocineros que ya no se conforman con ser eso. Su aspiración ahora es ser chef y más concretamente MasterChef Junior. Deben de poner la cocina perdida, pero siempre será mejor eso que ir rompiendo cristales a balonazos, como pasaba desde los tiempos de Zipi y Zape hasta esta posmodernidad contradictoria de tabletas digitales y sartenes analógicas.

Pese a que en este concurso de talentos todo sea por una buena causa y una noble afición, las lágrimas infantiles y la obligada competitividad siguen pesando demasiado. Y menos mal que el jurado baja su listón de severidad ante la mirada de madraza de Eva González. Una niña se pone a llorar a moco tendido antes de empezar a cocinar su hamburguesa gourmet, de puro nervio y ante la presión. Y, claro, a la pobre no le sacan la cámara de encima.

Alfred Hitchcock fue quien advirtió que más valía huir de los rodajes con niños y animales, demostrando que el suspense le gustaba fundamentalmente cuando lo imponía él. Pero la tele no hace caso sino al share y la gracia infantil ilumina la pantalla sobre todo cuando se acerca la Navidad, las criaturas abandonan las clases y se adueñan del mando a distancia. Y ahí tenemos con delantal y contrarreloj a esos pequeños artistas. Aparte del talento culinario demuestran un sentido de la solidaridad y del juego limpio entre compañeros que lamentablemente se pierde al llegar los adultos al programa. Lo que no cambia en la versión junior es la no publicidad patrocinada de TVE. Samantha le vende la marca de aceite de oliva del programa igual a grandes y pequeños. Es cuando más desearía que el niño le diera a probar un plato de «león come gamba».

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