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agustín zaragozá

Despropósitos

Tan asumida tenemos la imagen descarnada de ciertos dirigentes políticos que, cuando invaden la cotidianidad, nuestro cerebro reptiliano activa su alarma. Esto ocurre sobremanera durante la campaña electoral. Y consuela bastante anticiparse al futuro inmediato: las papeletas en las urnas colocarán a cada uno en su sitio, llámese Iglesias, Sánchez, Rivera o Rajoy. En el saco excluimos a Garzón, quien ni siquiera es mencionado de pasadita en Qué tiempo tan feliz, indicador de una realidad paralela difícilmente perceptible para los votantes anestesiados por una conciencia „o inconciencia„ diseñada en los medios de distracción masiva.

Decíamos, pues, que los políticos juegan al despiste. Sigo cada semana a Mª Teresa Campos y en absoluto cuadra que en su programa tenga cabida el próximo inquilino de Moncloa. A no ser que Raphael, Camilo Sesto o Perlita de Huelva encabecen alguna candidatura. En tal caso servidor los votaría porque, si alguien debiera gobernar este país, ése sería un tipo normal. Desconcierta tanta cuota de irrealidad entre los políticos. Y ahora, víspera de elecciones, intentan persuadirnos de su sencillo transitar vital. Pero ignoran lo mucho que cuesta construirse la propia normalidad. Pagar mensualmente cada recibo e imprecar a Iberdrola cuando reclama su abusivo consumo de no luz (el coste energético real de cada factura no da para tanto), devienen auténticas evidencias „aunque minúsculas„ de lo que supone embadurnarse de normalidad.

En tanto que ni los unos ni los otros habitan esta realidad demasiado intimista para ellos, deciden invadir nuestras casas como quien no quiere la cosa. Okupas finolis, vamos. Y si hay que visitar la casa de Bertín Osborne, pues se va. El problema radica en que la mayoría de ciudadanos (evite el doble sentido) habitamos en chabolas o pisitos minimalistas.

La opulencia que rodea a Osborne desentona con nuestra imperiosa campechanía. Así que la pantomima desenmascara esa ficticia realidad. La imagen de Rajoy jugando a pimpón manifiesta una escena inverosímil. Todos percibimos la irrealidad que emana de su rostro momificado y su cuerpo almidonado. Así pues, lo dicho: a ver si cada cual regresa a su normalidad aunque sea para perder de vista esta retahíla de despropósitos.

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