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La vida era esto

La vida no es un profesor de química de un instituto al que le diagnostican cáncer y decide meterse en el negocio de la anfetamina. Tampoco es una familia que regenta una funeraria ni dos detectives pasados de vueltas que recorren los larguísimos pantanos de Luisiana mientras hablan de filosofía. La vida no es un grupo de amigas más interesadas en la ropa y los novios que en descubrir por qué su amiga muerta les manda mensajes. No es, de ninguna de las maneras, un ministerio secreto que se dedica a hacer viajes por el tiempo y resolver los problemas de España. La vida no es, y eso tenéis que saberlo ya, la alegría post Katrina de los músicos de Nueva Orleans ni el Poniente lleno de matices en el que nada es blanco ni negro. No es una familia de mafiosos dirigida por un jefe con problemas de ansiedad ni un grupo de amigos que nos mantienen en vilo durante años para saber quién es la madre.

No. La vida no es nada de eso, y pasamos horas viendo la televisión evadiéndonos. Es muy probable que la vida sea ir al ginecólogo con tu mujer de 40 años y que te digan que es un embarazo de riesgo, o salir con un amigo para evadirte y acabar en un club de estriptis, o pasar horas en la cama sin hacer nada más que mirar el techo. O irte a vivir con tu novia y descubrir que no todo es tan perfecto como parecía. Todo eso es la vida y son Catastrophe (Canal Plus Series Xtra) y Master of None (Netflix), protagonizadas por gente normal que hace cosas normales y vive vidas normales, con las que nos reímos por cosas que nos pasan a todos y que hablan de lo que nos pasa a todos. Y eso, en el mundo hiperficcionado de la ficción televisiva, es de agradecer porque, como el esclavo que acompañaba al césar en las entradas triunfales a Roma tras una campaña exitosa, nos recuerdan, queda y oportunamente, que al fin y al cabo somos humanos.

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