Me encantó el estupendo artículo que, sobre Sócrates y Jesucristo, escribió hace unas días José Luis Villacañas, en El día mundial de la Filosofía. Expectante estaba por ver la segunda parte a la que abocaba ese comentario: Jesucristo y Sócrates. En vista de que no aparecía, me he aventurado a ´escribirlo´, tentado de no defraudar mis expectativas. Sócrates aparece como adalid de la razón, del diálogo, de la búsqueda de la verdad, por la que entrega su vida, con enorme entereza. Admirable. Un filósofo que habla para que la gente lo entienda, porque conversa de lo que esa misma gente piensa, vive y cree. No es para élites intelectuales en lenguaje ´técnico´. De hecho, Sócrates no escribió nada. Lo hicieron sus discípulos, especialmente Platón.

Del mismo modo, Jesucristo tampoco escribió nada. Lo narraron sus discípulos. Habla también con un lenguaje sencillo en parábolas que perduran hasta nosotros con toda su carga intacta, plena de dulzura. Llega al corazón. Expone con llaneza sus enseñanzas. Deslumbra al personal y sigue siendo actual. No ha pasado de moda. Ya advertía de forma admirable Justino, uno de los primeros filósofos convertido al cristianismo en el s. II, que él no conocía a nadie que hubiese dado su vida por la doctrina de Sócrates; mientras que los cristianos, de cualquier clase y condición, son capaces de dar la vida por Cristo; y el mismo Justino, años más tarde, rubricó esa afirmación con su propia vida, al alcanzar la gloria del martirio.

Justino manifiesta que todos los que viven de acuerdo con la verdad, aún cuando hayan sido ´paganos´, de alguna manera, son cristianos. Pues hay un intercambio entre verdad y bondad. Sin embargo, como él mismo describe, lo que mueve el corazón del hombre, de forma inmediata, no es tanto la belleza o la verdad, siempre difíciles de reconocer, como la de la idea de la bondad, más asequible: hasta un niño sabe lo que es ser bueno o malo.

Como indica Villacañas, lo importante goza siempre de un estatuto compartido, no solo en el presente, sino a lo largo del tiempo. Pero a lo que iba es que no siendo Jesucristo propiamente un filósofo, su doctrina ha impregnado modos, culturas, filosofías, costumbres, sin agotar su perenne mensaje. Es más, por no identificarse con modas, tiempos, formas de pensar, es siempre algo que renueva constantemente el pensamiento. Logos y mores (razón y costumbre -moral-) son interpelados por la fe cristiana, de modo que siempre hay que estar reconstruyendo, tendiendo puentes, repensando, porque no ha sido dado de una vez. La filosofía, como concluye Villacañas, es para el pueblo y además, como dice citando a Blumenberg, el hombre es animal necesitado de consuelo, y la filosofía tiene esa misión (¡no la de desconsolarlo más de lo que ya está!); pero, añado, la fe cristiana ha tenido siempre ese estatuto, inmediato, ligado al corazón. En palabras del mismo Cristo: venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.