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El tomate musulmán

La propuesta de Donald Trump de cerrar Estados Unidos a los musulmanes (después de programar con el mismo desparpajo, la deportación de los ilegales y la construcción de un muro en la frontera de México), me recuerda algo que dijo Santiago Segura, el cineasta: «No es que yo diga lo primero que se me pasa por la cabeza, es que suelto lo que pasa por las vuestras». Lo normal es que los excesos verbales los protagonice algún líder populista de Hungría o Polonia, más el papá de Marine le Pen, mucho más agreste que su niña (llegó a felicitar a Israel «por tratar a los árabes como se merecen»), pero es una emoción que impregna los fluidos descompuestos en los que flotamos y eso es tan casual como un tomate de invernadero.

El jesuita Jesús María Alemany, que vive en Zaragoza, me regaló en 1990 un informe titulado «El mito del enemigo del sur». Con datos apabullantes demostraba que ni por riqueza, ni por población, ni por armas, podían ser los países del Magreb una amenaza: con el tiempo y una caña hemos llegado a conseguir que muchos lo piensen, pero se trata de tener un enemigo a la vista (con media bofetada) para justificar el dominio, el control de los recursos o la venta de armas. Hace pocos años aún había países europeos que exigían de Israel un trato decente a los palestinos antes de reconocer su Estado sin reservas. Ya no lo hacen.

Hace mucho que avalamos golpes de Estado, así en Argelia como en Gaza, porque sus elecciones libres no arrojaron el resultado que esperábamos. Y lo mismo sucedió en Egipto. Hemos invadido Libia (con Francia a la cabeza) y la hemos dejado convertida en un reguero de taifas en armas. Y peor están Siria o Iraq tras nuestra intervención. Como mal están los afganos después de haberlos usado para desalojar a los rusos. Tras emplear a Irak contra Irán (y viceversa). Para deshacer este embrollo hace falta más inteligencia y buena fe de la que habita la cabeza de un señor que comparte nombre con un famoso pato. Y otros dirigentes menos empeñados en llenarse los bolsillos y agradar al jefe.

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