Así comienza el papa Francisco el apartado dedicado al cambio climático de su carta encíclica Laudato si, sobre el cuidado de la casa común, firmada el pasado mes de mayo. Es un texto lleno de sensatez y cordura que no pretende ser un ensayo científico sobre cuestiones ambientales, sino un llamamiento a la ética ambiental, desde la moral cristiana del necesario respeto y conservación del medio natural que nos acoge. El papa Francisco hace constar la complejidad del sistema climático y las alteraciones que está experimentando en las últimas décadas. El cambio climático señala «es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad», de ahí que sea necesario el desarrollo de políticas de reducción de gases de efecto invernadero para evitar unos impactos sobre el medio que serán negativos si continuamos con los actuales modelos de producción y consumo. Así de claro nos lo dice el papa Francisco y creo que con estas ideas todos, católicos o no, estamos de acuerdo. La tierra, como se señala en esta encíclica, nos precede y nos ha sido dada y esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la Tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Creo que no es tan difícil comprender esto y ponerlo en práctica. Cada uno con sus creencias pero con idea común de que la Tierra es, como cantaba San Francisco de Asís, una madre bella que nos acoge entre sus brazos. En todas las civilizaciones, en todos los sistemas culturales y de creencias, se comparte esta necesidad, que es la base de nuestra misma existencia.