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La corriente de moda

La corriente ideológica de moda es eso que se conoce por postureo, nada extraño por otro lado en un país con una propensión histórica e histérica al exhibicionismo pinturero y apenas ningún sentido del ridículo. Como se solía decir, un país de pandereta. La pulsión dominante hay que buscarla en la notoriedad. Por ello hasta no hace mucho la tendencia en los famosos himnos de los politonos de los teléfonos era marcar territorio dando la lata a los demás para ser reconocidos en cualquier lugar como patriotas, fascistas, comunistas, republicanos, asturianos o cualquiera de las facetas de la personalidad que el pelma de turno con la autoestima baja pretendía mostrarle al mundo. Como si al mundo le interesara. Ahora el politono ha dejado paso el tuit, instagram, etcétera, una manera de comunicarse mucho más completa que permite, además, contarle al resto de los humanos lo trivial que resulta la vida de cada uno, compartiendo fotos y privacidad con cualquiera. El caso es sentirse importantes, notorios.

Y ¿esto por qué? ¿Nos sentimos solos? ¿Nos invade la ociosidad? ¿Somos tecnológicamente idiotas del mismo modo que existen imbéciles en cinco idiomas? Probablemente sí, todo ello junto, y, sin embargo, la razón más poderosa creo que tiene que ver con el postureo: la reivindicación llevada a extremos. Una prueba de ello es el ruido de salvas que estos días acompaña a los premios Princesa de Asturias por parte de sus detractores y, también, en buena medida, de sus defensores. Los primeros confunden la velocidad con el tocino al creer que el respeto hacia la entrega de unas distinciones ya arraigadas y hacia quienes las reciben es una seña de debilidad antimonárquica. Los segundos, porque al entrar en la batalla se convierten asimismo en militantes de una causa absurda y no dejan de contribuir a la notoriedad que pretenden los otros. Total, una cadena de despropósitos.

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