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El voto útil, contra Sánchez

Desde su misma génesis, la democracia española ha funcionado como un modelo sólidamente bipartidista. La división en circunscripciones provinciales provoca que la mayoría de los escaños se repartan en provincias poco pobladas, y con pocos escaños a repartir. En una circunscripción como Valencia (la tercera que reparte más diputados, quince) el efecto del voto útil queda un tanto difuminado, puesto que con sacar poco más de un 5% de los votos suele ser suficiente para obtener escaño. Pero la situación es muy diferente en la mayoría de las circunscripciones, que reparten seis o menos escaños. Y esto implica que cualquier partido que aspire a obtener representación en ellas tenga que alcanzar, al menos, un 15% de los votos (y generalmente más).

Ahí se produce uno de los efectos electorales más poderosos: el del voto útil. El ciudadano, a la hora de la verdad, no tiene más remedio que escoger el «mal menor», según sean sus intereses y su ideología, entre dos opciones, que han sido, desde 1982, PP y PSOE. Ambos partidos se han beneficiado enormemente de este hecho, mientras que las alternativas que han ido surgiendo se convertían en partidos bisagra (no una alternativa real al bipartidismo, sino una mera muleta para uno de los dos grandes) y o bien languidecían, como es el caso de IU, o directamente desaparecían, como el CDS y -tal vez- UPyD.

Sin embargo, estas elecciones, tan diferentes en tantas cosas, nos ofrecen un «menú» electoral distinto, que -por primera vez en mucho tiempo- puede diluir las mecánicas de voto útil incluso en las provincias poco pobladas. Porque también ahí comienza a ser verosímil que otros partidos que no son el PP ni el PSOE obtengan representación. Porque las dinámicas de voto útil funcionan, sobre todo, como un fenómeno que depende de la percepción del electorado y acaba generando profecías autocumplidas: «como este partido no va a salir, no les votaré. Votaré a los de siempre». Y al revés: «estos vienen con fuerza y pueden salir, voy a votarles».

En este contexto, la campaña electoral es particularmente importante, porque hay muchos más indecisos, al haber más opciones sobre la mesa, entre las cuales decantarse por la opción que más les guste (o menos les disguste). Y hay dos aspectos de la campaña de máxima relevancia. Por un lado, qué dicen las encuestas que va a pasar (como principal guía para que el votante estime si su voto será «útil» o no). Por otro, qué esté sucediendo en los debates, que congregan a millones de espectadores. Quién «gana» en los debates.

Y ahí llegamos al quid del problema, para el PSOE: en ambos parámetros, sondeos y debates, su posición comienza a ser precaria. En los sondeos, porque muchos de ellos comienzan a ubicar al PSOE en tercera, o incluso cuarta, posición. Y en los debates, por los malos resultados que ha obtenido hasta ahora Pedro Sánchez en los mismos, combinados con una campaña electoral errática.

A Sánchez le quedan dos balas en la recámara: los sondeos que se publiquen este fin de semana en los medios de comunicación, los últimos previos a la prohibición legal; y el debate cara a cara con Rajoy este mismo lunes. Si los sondeos no continúan otorgando al PSOE los malos resultados que están aflorando estos días, y si Sánchez logra salir del debate como vencedor, la cosa podría tener arreglo. Pero si no, no descarten un resultado electoral catastrófico para el PSOE, en el que el segundo puesto podría estar en riesgo.

A fin de cuentas, este partido es el que se ubica en una posición más incómoda: no es voto de cambio (para eso ya están Podemos y Ciudadanos), y tampoco es voto de orden (no se puede competir en eso con el PP). Le quedaba el voto útil. La idea de que, en muchos sitios, el PSOE es la única alternativa al PP: «Vótanos, no hay otra cosa». Pero si el PSOE pierde también eso, en la percepción ciudadana, las cosas se les pueden poner muy mal. Porque votar al PSOE puede pasar a ser, para muchos, un voto «inútil» frente a otras alternativas que a sus ojos parezca que también pueden obtener representación.

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