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Una razón poderosa para la concordia

Este país necesita una razón poderosa para la concordia. La fraguada hace 37 años con el proceso constituyente conoció un largo período de estabilidad y eficacia democrática, pero ha ido resquebrajándose con el tiempo, las crisis, las rapiñas y las grietas del modelo territorial. La salida de la dictadura y los restos totalitarios que fracasaron el 23F abonaban el entendimiento en lo esencial, sin menoscabo del pluralismo. No es idealizar el recuerdo si hablamos de armonía y buena voluntad pactista en la cimentación del nuevo Estado. A pesar de las dificultades económicas, tal vez más graves que las actuales, aquellos años progresaron sobre sólidas bases de concordia. El trabajo integrador de elaboración, refrendo, promulgación y puesta en práctica de la Constitución fue la argamasa de una convivencia que ha tenido larga duración en el imparable cambio de la mentalidad, los problemas y las expectativas del paso generacional en un mundo que cambia.

Sería insensato postular una nueva Constitución como simple antídoto de las crispaciones, enfrentamientos y malquerencias de la actualidad. Pero no se trata de eso, sino de asumir que una parte muy importante de la inestabilidad del país trae causa de la insuficiente respuesta constitucional a los problemas más agudos de hoy y de la obsolescencia de algunos preceptos básicos por natural desgaste en casi cuatro décadas de vigencia. Por consiguiente, no nos mueve la añoranza de algo que, por otra parte, nunca fue idílico, sino la urgencia de abordar una responsabilidad que a todos atañe: la de reconstruir la concordia en la meditación y el debate de aquello que la perturba desde el texto constitucional y por la erosiòn de las instituciones de él nacidas.

El cuestionable paisaje de inquinas y descalificaciones de la actualidad, unido al cinismo de un designio unilateral de escisión, está haciendo irrespirable el clima político español. Algunas de sus variantes desaparecerán desde el día después de las elecciones generales, cuando los repudios y las fingidas incompatibilidades de campaña tengan que modular sus cargas por el imperativo de pactar una mayoría que no saldrá de las urnas. Quedarán definidas las fuerzas de gobierno y de oposiciòn, como es lógico, pero la única manera de no recaer en la algarabía que desmotiva y frustra al ciudadano, será situar la reforma constitucional en el vértice de los compromisos de los unos y los otros, con urgencia similar a la de las políticas sociales, educativas, sanitarias y conservacionistas del clima que todos recalentamos con insensibilidad suicida.

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