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De collejas y cargadores

Vendidos a las pequeñas pantallas, siempre con los dedos bailando sobre tres o cuatro pulgadas que capturan nuestra vida y prácticamente nos esclavizan, la transición digital en el mundo de los tuits y los me gusta parece imparable. Ni siquiera la Navidad se libra de ese hábito que causará miles de síndromes del túnel metacarpiano en apenas unos años. Igual hasta le cambian el nombre y lo llaman síndrome del Whatsapp. Ninguna serie le ha sacado los colores a la era de la información como Black Mirror. Netflix ofrece desde esta semana el especial del pasado año, Navidades blancas, un episodio que tiene tantas lecturas que resulta hasta ofensivo.

El argumento es que dos hombres, aislados en medio de ninguna parte, deciden ponerse a hablar el día de Navidad para conocerse más. Y con esa base el relato comienza a crecer hasta sobrecoger al espectador y encerrarle en sí mismo, convertirle en una «galleta» „los espectadores sabrán a qué me refiero„ y dejarle preguntándose por absolutamente todo, sobre todo por todo lo relacionado con ese pequeño secuestrador en potencia que todos llevamos en el bolsillo.

Navidades blancas es una reflexión sobre el mundo actual pero también es una inmensa colleja, un ¡despierta! de proporciones tan épicas que casi duele en la coronilla. Probablemente quede mucho para lo que se presenta en el capítulo de Black Mirror... pero la serie tiene la magia de hacer que te preguntes... ¿y si en realidad no queda tanto? ¿Y si en realidad estamos abandonándonos al sueño con ovejas mecánicas de Blade Runner y cada vez queda menos para que vivamos en la nube, o para que muramos en la nube, o para que nos enamoremos en la nube, o...?

Me vais a perdonar pero una serie que te sacude los circuitos y te hace plantearte esta realidad de cargadores de móvil en el bolsillo a mí me parece estimulante. Y eso ya es decir mucho.

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