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¿Comienza la descarbonización?

El escepticismo sembrado por las primeras sesiones de la Cumbre Mundial del Clima se resolvió, al final, con un acuerdo esperanzador suscrito por casi doscientos paises que suman la práctica totalidad de las emisiones de carbono a la atmòsfera del planeta. Después de serios desencuentros, y rebajas en los borradores de la Cumbre, las resoluciones son vinculantes, aunque no incluyan penalizaciones por incumplimiento. Los recursos económicos convenidos son proporcionados al coste del comienzo de la «descarbonización» y serán periódicamente incrementados, con revisiones cada cinco años. De aquí a finales de siglo serán necesarias otras cumbres, pero se han sentado las bases que invocan -por lo menos- la voluntad de entrar en el siglo XXII sin sobrepasar en un grado y medio -incluso menos- la temperatura media del recalentamiento climático.

Es cierto que las exclusiones y vulneraciones de las precedentes cumbres climáticas no han hecho más que agravar una frustración tanto más penosa cuanto más clara la exigencia de medidas drásticas e inmediatas. Las naciones industrializadas, o en vías de serlo, no pueden preservar el ciego egoismo de la producción y el beneficio a costa de asesinar la tierra, el aire y los mares mientras progresa el suicidio humano. A partir de los acuerdos de París deberían de sufrir repudio universal los paises que no aporten lo que les corresponde en la eliminación de emisiones tóxicas, y el rechazo comercial de los productos nacidos del envenenamiento global. Otra actitud sería equiparable a la de vender armas a los terroristas y tratar de aniquilarlos porque las usan.

Visiones como las de Pekín envuelto en tinieblas tóxicas en pleno día, deberian bastar para un cambio en los sistemas industriales y en el uso de los medios energéticos que están matando a los mismos que los producen. Las megalópolis del mundo intentan actuar sobre los efectos (como es limitar la circulación y la velocidad de vehìculos) sin tocar las causas. Es un engaño criminal. La trascendencia de lo acordado y suscrito en la Cumbre de París es un compromiso real -y confiemos en que no tardío- contra lo que pocas décadas atrás era frivolizado como delirio del radicalismo ecologista. España ha suscrito los acuerdos, pero está por ver que sus proscripciones aparezcan con fuerza convincente en los programas políticos, los presupuestos públicos y los proyectos empresariales. El imperdonable retraso de las energías alternativas es uno de los muchos síntomas que siguen moviendo al escepticismo.

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