El problema con los retratos de los alcaldes franquistas nos lo podríamos haber ahorrado: bastaría con no colgar el careto de ningún alcalde. Lo mires por donde lo mires, la galería de celebridades locales no aporta nada, ni siquiera a la memoria histórica. Ahora, en Paterna, tienen un problema: o bien empezar la colección a partir de la democracia reciente, o bien quitar a los alcaldes que lo fueron durante la dictadura franquista, mantener a los alcaldes republicanos, descolgar a los de la dictadura de Primo de Rivera y etcétera, decidiendo sobre la legitimidad del maromo de turno. Incluso, para ser justos y cogérmosla con papel de fumar, deberíamos distinguir entre alcaldes franquistas y alcaldes en el franquismo. Tampoco estaría mal que la galería de retratos respondiera no sólo a la legitimidad del origen (condición necesaria), sino a la bondad de la gestión y a la certeza de que no metió la mano (junto a la necesaria, condición suficiente): no vayamos a colgar el retrato de un inepto o corrupto. Ya digo: un problema. ¿Qué hacer? Quitar todos los retratos y el que quiera foto, en la cartera. Lo mismo con las placas, mármoles y primeras piedras.

Durante los períodos electorales, los debates son, literalmente, una pesadilla: un mal sueño y algo cargantes. (Ni que decir tiene que los miles de comentarios sobre los debates, como el mío, añaden a la pesadilla un toque mortificante). Son necesarios (el complemento imprescindible a la vigilia), consustanciales a la democracia y patatín y patatán, pero son, ya lo he dicho, una pesadilla: cualquier ciudadano que lea la prensa, vea la televisión o escuche la radio, ha podido leer, ver y escuchar el mismo mensaje, el mismo argumento y el mismo ejemplo repetido ad nauseam, recitado con mecánico automatismo: un calabobos por si la cosa funciona. Si alguien me anticipara las preguntas, podría ofrecerles con bastante fidelidad las respuestas de todos y cada uno de los candidatos sobreexpuestos al espectáculo de la información. Dicho eso, digo esto: el debate de esta noche entre Sánchez y Rajoy será machaconamente previsible y tan apasionante para el espectador como la vida sexual de un mejillón. Dicho eso y aquello, digo esto otro: que dice Rajoy que le aburre replicar a sus adversarios. ¡No te jode y mira quién habla!: ni te cuento lo que nos aburre a los demás lo aburrido del aburrimiento: «Espanya en sério: seriosament, de debò, de veres».

(Nota: para que un debate sea un debate, o sea, un debate en sí, hacen falta, además de otras, dos cosas: escuchar y atender las conclusiones y argumentos del adversario y estar dispuesto a modificar o cambiar las propias si son peores. Nada que ver con lo que vemos). Dicho lo dicho, concluyo.