Guillem Martínez, con una gracia inigualable, ha descrito la marcha de la campaña en Cataluña en un artículo de la revista Contexto y Acción. El título del artículo es un poco raro, pero el subtítulo es más sencillo: Compendio y manual de posturas ante las terceras elecciones del año en el sur de Andorra. Así que Martínez ha visto el campo electoral como un inmenso fresco de un templo hindú, un Kamasutra abigarrado, pero con figurantes políticos empeñados en improbables hazañas eróticas. Pueden imaginar la función que le está adscrita a la ciudadanía en esos juegos. Lo más divertido del artículo: su idea de vender packs de fin de semana para hacer turismo en Cataluña, para que los españoles puedan conocer cómo vive una sociedad sin presencia del PP. Pero la verdad es que cuando leemos el artículo a fondo, nos damos cuenta de que estamos ante un retablo de Maeso Pedro más general, que no se reduce a Cataluña. En muchas viñetas de la campaña española el rey está desnudo. Es más bien casi el dibujo entero de la política española el que se desteje, se diluye y desparece en una escena que parece representar el drama de Calderón.

Sí, la vida política española es sueño e ilusión, pero todavía no hemos despertado del todo para comprobarlo. Ya se sabe, los sueños soñados no llevan consigo nada parecido al realismo originario del despertar. Ese shock todavía está pendiente. Pero es posible que el 20D recibamos la sacudida definitiva. Lo más característico de los pueblos cuyas elites se han empeñado desde siglos en detener la historia, es justo que carecen del sentido perceptivo de la variación, del cambio. Si a eso se añaden algunos otros elementos, como su ignorancia de la experiencia propia y ajena, entonces corren el riesgo de caminar por el precipicio sin darse cuenta. ¿Estamos en esta situación en la actualidad? Desde luego que sí. Guillem Martínez pasa revista por los actores que juegan en Cataluña y la conclusión es desoladora. El PP no existe allí, Ciudadanos recoge en sus listas a los que se han salvado del naufragio del PP, la Unió de Durán y Lleida está pendiente de un hilo para desaparecer, y ERC recibirá el voto de la CUP y por eso el número uno de su lista es uno de los ´charnegos´ independentistas compañeros de Baños. La verdadera situación de Mas, al frente de Democracia y Libertad, se vio cuando se propuso un primer nombre para el nuevo partido, Reagrupament. Alguien debió comunicarles lo que dice cualquier manual de táctica militar: lo primero que tiene que hacer el ejército derrotado es reagruparse. Cuando todos los demás mienten, tampoco era necesaria una confesión tan expresa.

El viejo sistema de representación está cogido con pinzas y eso le da la razón a Pablo Iglesias. El país está listo para apoyar una nueva hegemonía política. Cataluña en esto va por delante y lo mostrará al darle la primera fuerza a Cataluña en Común/Podemos". La confusión es tan extensa que, si a los indecisos se añaden los que ya apoyan el cambio en toda España, y los cerca de dos millones de españoles que viven en el extranjero y que no van a poder votar, de todo esto sumado, nos sale una escena obvia: la representación política española padece una aguda crisis y los partidos tradicionales no quieren conocer la verdad. No es una cuestión de preferencia subjetiva. La crisis no está en que millones de ciudadanos no sepan en quién confiar. La crisis está en que la formación social misma, que ofrece su base al sistema político, no sabe identificar sus intereses, no conoce realmente su situación, no tiene un horizonte existencial claro y no sabe definir su futuro, aunque sabe que no se siente inclinado hacia las viejas ofertas políticas porque intuye que el pasado no volverá. La cuestión está en explicar por qué, a pesar de todo, ese conjunto masivo de electores que se mueve desde el centro al centro-izquierda no ha volcado de forma decisiva su voto hacia una formación nueva, como Podemos, con todavía más fuerza que la que registra su obvia remontada.

Esta pregunta es urgente y necesaria. Estamos ante un movimiento de calado pero todavía sin figura ni cristalización definitiva. Si viviéramos en el mejor de los mundos posibles, partidos que se han estado financiando de forma corrupta, falseando toda justicia política, concurriendo con ventajas y trampas a todas las elecciones de los últimos quince años, como sabemos a ciencia cierta de CiU, PP y PSA, deberían estar ciertamente disueltos por orden judicial. Estos tres partidos al menos deberían seguir los pasos de lo que sucedió con la democracia cristiana de Italia y con el partido socialista de Bettino Craxi. Pero a diferencia de aquel país, no se ha dado la condición que permitió ajustar las cuentas con aquellos dos partidos italianos: la pérdida del poder. Por mucho que nuestra judicatura haya avanzado respecto a otros momentos de nuestra historia, los jueces y tribunales que llevan famosos procesos se comportarían con más decisión y coraje si no tuvieran enfrente, en el poder, a los mismos que tienen que investigar.

Es triste vivir en un país en el que se ha de perder el poder político para que la justicia opere en completa libertad contra los corruptos. Pero no hay que excluir que, llegado el caso, las cosas no vayan a parar adonde deben. Cuando eso suceda, se revelará lo que cualquiera sabe ya: que no hay cemento real que una a los colectivos humanos de estos partidos. Por supuesto, no hay generosidad, ni entusiasmo, ni ideas en ellos. Lo que realmente los une, eso tendrá que revelarse en procesos judiciales. Ese es el contenido de este tinglado de la farsa. Pero al menos eso debería orientar la política de pactos que habrá de ponerse en marcha tras las elecciones. Quienes hablan de un pacto PP/PSOE -curiosamente, los que tiran de los hilos del partido socialista de Andalucía- en el fondo claman a voces por ejercer todo el poder político disponible para echar tierra sobre una corrupción intolerable, de la que no conocemos todavía su verdadera magnitud. Tú apagas los EREs y yo apago la Gürtel y la Púnica: eso es lo que en realidad se dice. Ese pacto sería letal para la verdad de la democracia española, y no se producirá porque es el anuncio de la crisis de todo el sistema. Pero entonces la política de pactos será la señal que espera la ciudadanía para valorar la seriedad de las nuevas fuerzas y si juegan a largo o a corto plazo. Pues si Ciudadanos no quiere ser la flor de un día que predican sus enemigos, tendrá que dejar de cumplir la tarea infame de suturar con su apoyo la exigencia de responsabilidades a un partido que hasta las obras de su sede central las financiaba en negro. Para formar el gobierno central, Ciudadanos no tendrá la excusa de una presidenta nueva y ajena a la corrupción como la de Madrid. Se tratará de dar el apoyo al amigo de Bárcenas.

No sólo eso. Cuando se ataca a Pedro Sánchez (y se le ha atacado de muchas maneras, desde dentro y desde fuera, hasta hacerle pasar el vía crucis de una campaña errática, presionada claramente desde fuera, incapaz de llevar la iniciativa y de ofrecer una idea clara de la dirección hacia la que va), en el fondo es porque se quiere evitar toda posibilidad de un acuerdo con Podemos, porque eso implicaría la necesidad de mirar debajo de las alfombras del PSA y de cuestionar a su actual dirección política, cuya forma de hacer frente a la corrupción interna ha sido la propia de quien está nombrado para ocultarla. Eso sería inevitable que pasara, porque sería la condición inaplazable de Podemos para ponerse a dialogar. Así que tampoco hablamos aquí de preferencia o de indecisión. Se trata de una divergencia objetiva y radical de intereses entre el partido de los socialistas andaluces y el PSOE hasta el punto de que seguir llamándolos de la misma manera es un interés de marca, no un interés político.

Todo esto ofrece a la representación política tradicional un aspecto de tinglado de intereses que requiere urgentemente recuperar la verdad política. Que estos dos partidos sean capaces de llevar adelante una transformación que los haga capaces de recuperar su verdad política es muy raro, sobre todo cuando ellos mismos han transformado la sociedad que hasta ahora representaban. La representación política es algo diferente de la alimentación de clientelas y estas pueden mantenerse inercialmente. Quien confía en ellas, ya no tiene consigo las fuerzas decisivas. Es muy posible que los cerebros últimos del Estado estén pensando que si logran superar estas elecciones todo habrá pasado. Se apañarán los procesos judiciales en marcha, se mejorará la situación económica, se creará el clima de normalidad y todo volverá a ser como antes. Esos cuentan con que el papel de Rivera será el propio de un Gatopardo español y quizá lo han apoyado por eso en los últimos tiempos. Pero tal vez se lleven una sorpresa. Detrás de las fuerzas que apoyan a Ciudadanos hay mucho resentimiento contra los que han monopolizado el Estado español sin dejarles probar el pastel. Así que convendría abandonar aquí los automatismos de alineación.

En todo caso, es verdad que estas elecciones no serán decisivas y eso es malo en un momento en que necesitaríamos disponer de esa capacidad. Van a definir un mapa político nuevo, pero sin hegemonía. Ninguna alianza de las que se perfilan va a tener fuerza para regenerar la política española y esa es la ocasión esperada por la vieja política para vampirizar a las nuevas formaciones. En esta situación, Podemos, que es la amenaza más seria al tinglado de la farsa, es el enemigo a batir. Por eso la condición de futuro de que el sistema político español se regenere pasa por que Podemos disponga de la mayor fuerza política posible. Es la única oportunidad seria de que el proceso español no cierre en falso.