Nuestras calles se han adornado de luces, guirnaldas, y toda una batería de símbolos en forma de estrellas, árboles, pastorcillos y belenes. Son días en que la solidaridad parece despertar con una fuerza inusual, tal vez como reacción a nuestro afán consumista, pues son los grandes centros comerciales los que parecen haber asumido el monopolio del sentimiento navideño

Ahora somos capaces de reparar en que, en cualquier punto de nuestra ciudad, hay gente que solicita caridad, personas sentadas en un rincón con un letrero que rara vez somos capaces de leer por completo: nuestro tiempo no nos lo permite y quizás nuestra conciencia tampoco. En todo caso, estos días parece que encontramos unos segundos para dejar unas monedas. De esa forma calmamos ese sentimiento ambivalente que nos produce saber que nos esperan fiestas en familia con la nevera llena mientras otros no tendrán esa dicha. Ser solidario se ha convertido para muchos en un ritual navideño.

Tenemos que saber que detrás de quien está reclamando nuestra ayuda hay una persona con nombre y apellidos, con una historia detrás, con un pasado, un presente que es el que creemos ver, y un futuro incierto. Un hombre o una mujer al que no miraremos a los ojos ni a la cara cuando les demos limosna para así no perturbar nuestra consciencia.

Sabemos del mundo de la exclusión por lo que nos cuenta algún artículo periodístico o las reflexiones de algún experto universitario que ha analizado el fenómeno. Normalmente es un conocimiento desde la distancia. Sin embargo, para hablar de la marginación es necesario reconocer su olor, y eso rara vez es conocido por el estudioso; mucho menos por el político que ha escrito alguna propuesta en su programa electoral.

No debemos ni deben juzgarse las múltiples formas de caridad. Hay muchas formas de ejercerla y cada cual la entiende a su manera, según su modo de ver el mundo. A unos les servirá para justificar su modo de vida, a otros para cumplir con su deber religioso...

La solidaridad con aquellos que nos la solicitan y también con quienes no nos la solicitan no debería brotar sólo en Navidad. Es un acto que atañe a la esencia de los valores de la ciudadanía, y por ello cabe exigir a los poderes públicos un compromiso firme para con los que menos tienen. La comunidad tiene que exigirse ser solidaria, en un sentido amplio y no discriminatorio en las formas. Y aquí no valen excusas de infrafinanciación ni ninguna otra.