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Novela bizantina

Cualquier mal día es bueno para volver a la política, ahora lancémonos sin reservas al interior de una novela bizantina, o sea el Vaticano. Y sus pompas, aunque no le gusten al pontífice, señor Bergoglio, que, sin embargo, tiene en plantilla a unas cuantas eminencias que matarían antes que abandonar el manto de púrpura y el armiño, es una forma de hablar, en concreto la de un monseñor que musitó que tal vez fuera bueno que el argentino pillase un mal resfriado como Luciani El Breve. De momento, retengan la imagen del arzobispo de Mallorca, Javier Salinas, y sus nupcias, como poco místicas, con la secre. La comunidad del anillo: algo debe tener el matrimonio, (aunque no sepa qué), cuando se imposta y celebra incluso de modo virtual.

De los últimos movimientos vaticanos entiendo cada vez menos. Tenían en Roma una relaciones públicas muy moderna, mona y un poco alocada, en concordia con un señor del Opus con pintas de galán que afirma que fue seducido por la primera, como si esas cosas le ocurrieran al varón por la natural perfidia de la mujer y no con su colaboración, puede que entusiasta. Total que ambos empleados aparecen en toda forma de intriga y alcahuetería, ora como confidentes de la prensa, ora como cristianos cumplidores que alertarían de las amenazas que se ciernen sobre la silla de Pedro. La prensa ya ha sacado, entretanto, dos libros, uno de ellos titulado Avarizia, que parece una película de Alberto Sordi.

Puede que la amenaza sea, como ocurre entre nosotros, el propio ruido amenazante, es decir la confusión de lenguas y semánticas, el shock, el revoltijo, el debate de Pedro y Mariano. Dice la iglesia moderna que los santos que traían más jolgorio „sant Jordi o Abdón y Senén, «nobles persas eminentes»„, tal vez no existieron. Puede que no, pero admiro la capacidad de aquella iglesia antigua para reciclar materiales paganos y hacer de Hermes un ángel acorazado y de los Dioscuros, unos protectores contra el pedrisco. Ahora se enfadan con el Halloween y le llaman pagano y hasta diabólico, pero el malhumor nunca hizo nada de provecho.

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