Imagino al presidente de la Generalitat Valenciana ensimismado en el sofá de su despacho mientras intenta despejar la duda del día: «No sé si cambiar el modelo productivo o fumarme un puro». Puede sonar exagerado, pero esta ironía refleja la hipocresía e irresponsabilidad con la que abordan, en general los políticos, un asunto tan complejo como crucial. ¿Por qué es básico cambiarlo? Una respuesta de corte intelectual sería porque es la única oportunidad que tenemos de crecer de forma sostenible en una economía globalizada. Es decir, crecer siendo menos vulnerables a factores externos, mejorando la calidad de vida, fortaleciendo la cohesión social y protegiendo el medio ambiente.

¿Cómo lo hacemos? Inyectando valor añadido en bienes y servicios. Metafóricamente, el valor añadido sería el Fortasec para evitar ir de vientre cada vez que estornude un jeque árabe o el BCE decida poner cubitos de hielo en la economía, es la ´paga extra´ que nos posibilitaría ir de vacaciones todos los veranos gracias a un trabajo estable y mejor remunerado, es la ´multiplicación de los panes y los peces´ repartidos proporcionalmente entre aquellos que no han gozado de las mismas oportunidades y, bien utilizada, es la ´vacuna´ contra el cambio climático.

No entraré en las recetas de este salto cualitativo, ya que sería abundar en algo más sobado que el anuncio de Masical. Sin embargo, sí entraré en algunas verdades incómodas que parece no interesar a quienes simulan importarles todo esto. Primera, los empresarios valencianos son los principales responsables de perpetuarnos en el inmovilismo. Especialistas en sacar el córner y correr a rematar a puerta, apuestan por competir vía precio sin entender que la incorporación de valor a su producto es su única salvación.

Segunda, como bien dijo el actual conseller de Economía, los resultados del cambio de modelo en la sociedad solo se verían en décadas.¿Qué partido se iba a atribuir el mérito? Tercera, sin concluir sus estudios de secundaria, un 68% de los valencianos en paro (más de 300.000) tienen escasas posibilidades de participar en este proyecto y en muchos casos nulas.

Cuarta, con unas competencias regionales frente a un desafío global, la contribución de la GV al cambio siempre ha sido, sigue siendo, y será marginal. Además, un 80% del presupuesto corriente se dedica a políticas sociales y la financiación e inversiones del estado están a la cola de España en términos per cápita, dejando unos recursos disponibles que dan para hacer muy poco. Lo mejor que puede hacer es no molestar.

Quinta, con excepciones, el pobre nivel de la clase política valenciana. Acudir a una sesión de las Corts bastaría para sonrojar a cualquiera. Siempre a la gresca, cortoplacista, con frases ocurrentes de titular de periódico, el «y tú más», y el «yo me mi conmigo». A ello podemos añadir su ineptitud. Recuerdo las famosas placas solares en las azoteas de los edificios que la lideresa de Ciudadanos propuso en campaña electoral como eje principal del cambio de modelo. Sí, esa tarde el señor Puig se fumó el puro.