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Cloaca máxima

Cada vez que viene bien lo digo. Así que lo digo. Como saben, y si no se lo recuerdo, jamás veo Telecinco. Hay otra gente, mucha gente, muchos amigos y conocidos, y miles de desconocidos, que no sólo no ven Telecinco sino que no la tienen sintonizada. Así ni la ven ellos ni su familia, invitados, nadie. Es decir, el mando a distancia en esas casas salta de Cuatro „si es que aún la conservan„ a La Sexta. En mitad, un hoyo, una especie de agujero negro, la nada, el desierto de Gobi, el Sahara, el espacio vacío, como llamaba el viajero inglés Wilfred Thesiger al gran valle de arena al sur de Arabia Saudí, lindando con Yemen y los países del Golfo, un espacio vacío que él transitó con Bin Kabina y Bin Baghaisa, muchachos beduinos, gente a la que admiraba destacando su forma de vida. En mi casa no se ve Telecinco. Pero estoy al tanto de lo que expele, claro, pues tengo un sentido de la responsabilidad y la decencia „¿se puede decir decencia sin que nadie se ofenda?„ a la altura de cualquier programa electoral de los que hoy salen a la venta, que ojalá fuese por fascículos para dejar de comprarlo al primer incumplimiento. De siempre vi Telecinco como la cloaca máxima. Salvo alguna cosilla. Creo que aquí también he hablado de ella. Me refiero a la etapa brillante de los informativos dirigidos por Juan Pedro Valentín. Qué gusto. Allí se cocinaba el mejor periodismo que se hacía en televisión en este país. A pesar de tenerlo fácil porque en TVE andaba Alfredo Urdaci, condenado en firme por manipulador en una televisión pública nauseabunda dedicada al chusco y grosero servicio de Aznar „¿puedo decir indecente sin que el otro me responda con un teatral ataque de dignidad para ocultar su mala conciencia, si quedara rastro de ella?„. A pesar de tenerlo chupado, Juan Pedro Valentín llevó el periodismo serio, el único posible, a cotas de una calidad desconocida en este país. Sólo mencionar a la gente con la que supo rodearse ya nos habla de la cima que alcanzaron, entre otros Vicente Vallés, Monserrat Domínguez, o Àngels Barceló. Pero aquello era demasiado para el concepto de la televisión que tiene el capo Paolo Vasile. Y desmontó el tinglado.

Ruiz y miserable. Apareció en el horizonte la tremenda, terrible, espeluznante, inquietante y monstruosa imagen de Pedro Piqueras. Y se acabó el turrón. Sus informativos reflejaron al instante lo que el italiano quería, que la clientela apenas notara un parón, una bajada de interés entre el programa anterior y el informativo de los cojones, así que, Pedrito, serás un tío con mucho prestigio, pero déjate de hostias, agárrate los huevos, mira para otro lado, y hazme un informativo con el que me entretengas, tío, ¿cappichi? Vamos que si lo entendió. A la primera. Y ahí sigue. Entre historias tremendas, charcutería grasienta, imágenes espeluznantes, noticias de mercadillo y anécdotas de fácil consumo, esas que tragas sin pasar ni por el corazón ni por la cabeza y las defecas a los pocos minutos. Se dice que la Cloaca Máxima romana fue construida 600 años a.C., por los etruscos, de origen toscano, es decir, por extranjeros. Igual que Telecinco, construida también por extranjeros, por italianos, en manos de quien aún sigue. La Cloaca Máxima romana no sólo drenaba los pantalanes que rodeaban la ciudad sino que recogía la inmundicia de los retretes y baños públicos. Igual que en la actualidad hace Telecinco, que recoge al primor las aguas fecales del entretenimiento más ruin „¿se puede decir ruin sin que me acusen de Ruiz y miserable?„. En mi casa no se ve Telecinco. Pero estoy al tanto del hedor que expele esa fábrica de basura que no cesa. Lo que me llama la atención es las tragaderas de su audiencia. Se ríen en su cara, y no tiene efectos. Es como ese tipo de partidos que recortan las pensiones, estrangulan la ley de dependencia, empobrecen al obrero, aunque trabaje, y ese obrero va y vota a ese partido. Ni Íker Jiménez encontrará una explicación al misterio, y eso que el trolero la tiene muy desarrollada

Sin estudios. Estos días, a raíz de la vuelta de la absurda Rosa Benito a Sálvame, columna vertebral que explica, sujeta, y simboliza la cadena, y por eso me sirve de ejemplo, y sin pudor, Kiko Hernández, uno de los fijos de la mascarada, le dijo a Jorge Javier Vázquez que no le tirara de la lengua, que él sabía cómo funcionaba el programa cuando Vázquez le recriminó que un día el tal Kiko y Milagros Jiménez, conocida en el circo como Mila, se burlaron de la Absurda imitándola, o lo que fuese. Nadie te pone pistolas para hacer o decir ciertas cosas, le dijo Jorgeja. ¿Nadie?, respondió serio Kiko mirándolo a los ojos. Bueno, esas cosas se dicen fuera, trató de cerrar el desagüe el porquero de la zahúrda viendo que se desvelaba el tinglado, la marrullería, el montaje, el invento, la falsedad, los líos, las idas de una y las venidas de la otra, las peleas por turnos, las bambalinas de un guión férreo que la gente se traga. ¿Qué tipo de gente? El indecente Donald Trump „seré un mezquino, deleznable y ruin Ruiz, pero este pájaro es otro indecente que liado a la bufonada deja asomar una idea de convivencia que aterra„, el terrible payaso que aspira a la candidatura republicana tiene su lecho de seguidores, según un estudio sobre el fenómeno, en gente sin apenas formación. Rosa Benito, la hija pródiga, ha dicho que si no tuviera la deuda que tiene no habría vuelto, «pero hay que trabajar, y lo agradezco porque no tengo estudios y no soy periodista». Clara como un manantial de sierra. Casi toda la programación de Telecinco se basa en ese concepto. Exageración, vulgaridad, invento, lío, sensacionalismo, truco, entretenimiento macarra, fomento del valor de la apariencia por encima de la esencia y la preparación. Por eso, islas como Pasapalabra, el concurso de Christian Gálvez, es de los escasos mirlos blancos que revolotean por encima de esa cloaca nauseabunda, máxima.

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