Nos encontramos en plena jornada de reflexión, después de haber asistido a una de las campañas electorales más atípicas de los últimos años. Creo que no podemos quejarnos, tras los quince días de frenética actividad, retransmitida al milímetro. Han proliferado los debates entre candidatos, quizás hasta la extenuación de propios y ajenos; hemos asistido a la más que probable ruptura del bipartidismo; en muchos momentos se ha empleado un tono dialéctico bronco, como también era de esperar cuando la crisis y la corrupción acaparan los titulares; e incluso un descerebrado ha querido protagonizar su minuto de gloria, con una lamentable agresión al presidente del Gobierno.

Lógicamente, este día de calma previo a las votaciones tiene mucho de simbolismo y poco de efectividad, puesto que resulta difícil eso de reflexionar sin ser influidos, en especial cuando vivimos en un mundo globalizado y donde existe una dependencia tan alta respecto a las nuevas tecnologías de la información. Sin embargo, sería bueno emplearlo para hacer eso mismo que su nombre indica, reflexionar, pero en esta ocasión sobre la fuerza y el valor de la democracia. Decía Max Weber que «el político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad; mesura en sus actuaciones», y en todas esas palabras, creo que está la respuesta a aquellos pocos que, de forma subliminal, intentaron vincular la agresión al líder de los populares con el rifirrafe televisivo protagonizado entre Rajoy y Pedro Sánchez.

Somos una sociedad con valores democráticos asentados, donde parece incluso razonable que en plena campaña electoral se eleve el tono crítico frente al adversario. Si pedimos unos políticos comprometidos, próximos al ciudadano y que actúen de una forma natural, no podemos quejarnos de que determinados temas se vivan con una cierta dosis de pasión. ¿Imaginan un debate sobre corrupción o recortes sociales insípido y donde los candidatos no pusieran algo de sentimiento en lo que dicen? A mí me resultaría poco creíble. A partir de ahí, no hay nada más absurdo que intentar darle un contenido político o ideológico a la sinrazón, puesto que la actuación de ese individuo se encuentra fuera de los márgenes que dibuja la democracia, careciendo por completo de cualquier tipo de excusa. Como bien señaló Mariano Rajoy horas después del incidente, sería absolutamente injusto extraer consecuencias políticas sobre la agresión. El arma más potente de la que podemos hacer uso frente a aquellos totalitarios que emplean la violencia como forma de expresión, es defendernos con la palabra. Sigan reflexionando y suerte a todos mañana.