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Nadal en divendres, sembra fins les cendres

Con el cambio climático, acabaremos celebrando la Navidad en la playa tostándonos al sol. Una experiencia extraña. Me ocurrió viviendo un tiempo en Valparaíso, Chile, que la Nochebuena y la Navidad la viví en pleno verano. Acostumbrado a nuestros duros inviernos, aquello no me pareció para nada Navidad.

El experimentado refranero valenciano sentencia que «Per Nadal, fred com cal». Y no parece que los nuevos tiempos le estén haciendo mucho caso, pues este diciembre más bien parece que sean de «marzo marcero» como diría Antonio Machado paseante empedernido de nuestros Jardines de Viveros, que le tienen dedicado paseo.

A partir de santa Lucía, el día solar comienza a alargar. Lo refiere el «Per sancta Llúcia, el dia creix un pas de pusa». Y como este año cae en viernes la Navidad, ya se sabe, «Nadal en divendres, sembra fins les cendres», lo cual significaba para nuestros antecesores que el año agrícola subsiguiente iba a ser muy bueno, de óptimas añadas.

La Nochebuena era íntima, reducida, estrictamente el núcleo familiar, bañada en nadalenques, villancicos, donde no faltaba por parte de los mayores el nostálgico y lloroso «la Nochebuena viene, la Nochebuena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más».

Antes de la cena, los niños recorrían las calles de sus barrios cantando villancicos y pidiendo aguinaldo, bien en las puertas de las viviendas o ante los belenes de cada casa. Los carteros, serenos y barrenderos hacían una especie de estampitas solicitando lo mismo. El día de Navidad era el plato fuerte, el pleno familiar, a cuyo término se daba por abuelos y padres las sustanciosas «estrenas» a hijos y nietos, por lo general cargadas de bombo. Los padres que no podían llegaban a pedir prestado dinero para que no se quedaran los pequeños sin tan preciado regalo. En cola pasaban todos a besar la mano de los jefes del hogar. Las criaturas repetían gesto con sus padrinos y madrinas haciendo buena caja para gastar en reyes o la fira de Nadal.

Siempre se ha comido en demasía los días de Navidad. En el siglo XV, san Vicente Ferrer clamó en uno de sus sermones contra lo exagerados que somos los valencianos comiendo, razón por la cual el Consell de la Ciutat, para el que a veces trabajaba el santo dominico, tuvo que dictar consejos y disposiciones llamando a la moderación sobre todo económica.

El dinar de Nadal giraba en torno a «l´olla», puchero o cocido valenciano, que las madres comenzaban a preparar al amanecer y estaba al fuego toda la mañana, que en tal día contaba con una protagonista excepcional, la pilota, una especie de pelota de carne de pollo, huevo, canela, piñones, pa rallat,? la cual era envuelta en una red de hilo para que no se deshiciera en la coción, al igual que a las morcillas se las sujetaba con palillos por su abertura para que no se desbotifarrara.

La comida comenzaba con una tierna costumbre, la madre bendecía la mesa, costumbre además de desaparecida está ya olvidada, y pedía en esos momento, en medio del silencio y la emotividad, por los que ya faltaron de la familia y no se sentaban a la mesa. Al término, los turrones, pastissets de moniato, dulces diversos, besos, lágrimas y el jolgorio infantil de les estrenes.

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