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«Els enfarinats» de Ibi

El mes de diciembre Ibi es un crisol o yunque donde se funde lo más granado del espíritu festivo valenciano -los lugareños dirían alicantino- resultando un sorprendente cóctel molotov, que refleja a la perfección la antropología patria del divertimento.

En este mes y parte de enero, la Ciudad del Juguete, presidida por su erguido castillo enclavado estratégicamente en el camino a las Castillas, vive sus Festes d´hivern, que tiene su día clave el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes y de las inocentadas, y cuyo prólogo con anterioridad fue la fiesta de sancta Llúcia.

Por su carácter pictórico, els enfarinats de Ibi, fiesta que Julio Caro Baroja quiso relacionar con las saturnales de Roma, se ha convertido en una de las más fotografiadas de España. Sus orígen es más que centenario, sin tener mucha noticia cierta de sus orígenes, y que en los años 50 del pasado siglo el franquismo prohibió por su poco aprecio por lo carnavalesco siempre nada religioso. En los años 80, con la democracia, algunos que recordaban la vieja tradición la recuperaron.

Fundamentalmente, al igual que ocurre con la Fiesta de los Locos de Jalance, se trata ese día de asaltar el poder por parte de un grupo de incontrolados - una veintena no llega de hombres casados- y hacer lo que les da la gana, siempre en clave desenfadado y con humor, adobado todo ello con los subrayados festivos típicos valencianos: música, pólvora, crítica y sátira.

La víspera del 28, los actores principales de la celebración hacen su peculiar crida callejera, bandos de anuncio del acontecimiento con suculentos avisos de doble filo: proclamación de versos satíricos donde se critica todo lo criticable del personal de la villa. Esto nos recuerda en parte los mayos de Chulilla en el primero de mayo.

Al amanecer del 28, los amotinados, vestidos estrafalariamente, algunos con chaqué, bandas y medallas, organizan una carrera hasta el ayuntamiento y el que gana es nombrado alcalde, que sustituye al que detenta el poder, quien también nuevos secretario, juez, fiscal y tesorero, tras irrumpir en la Casa Consistorial, como ocurre en Jalance, y conminar a la autoridad constituida a entregarles el poder municipal, lo que éste hace sin rechistar y dándoles la vara de mando.

Una jornada frenética

Comienza aquí una jornada frenética, donde los rebeldes hacen y deshacen lo que les viene en gana en el pueblo, dictan sus normas y multan a los que no cumplen o cometen alguna infracción. Salen a su paso los de la oposición y se lían a batallar entre sí con lanzamiento de huevos, verduras, harina y todo los que les parece. Tal cantidad de harina es utilizada en la incruenta lucha en la vieja plaza donde se dibuja una curiosa postal navideña de nieves.

En medio de la refriega recorren los establecimientos comerciales y asaltan a los que transitan por el lugar en demanda del impuesto revolucionario, dinero que al final del día entregarán al Asilo de Ancianos a san Joaquín, que en Ibi se lo miman muchísimo. En Jalance, la colecta históricamente era «para sacar almas del purgatorio».

La jornada bélica hace un alto y pacto para a comer el plato típico, perol de llegum, en plena vía pública y con profusión de cohetes borrachos que se lanzan entre ellos, los mismos que no han parado de tirar a lo largo de toda la mañana. El día acaba con la Dansà, donde se baila danzas folklóricas valencianas, que nos indican su fuerte ligazón cultural al resto del antiguo Reino, aunque algunos se empeñen en acantonarlo. El acto está abierto a todos los que quieran acudir a bailar ataviados con la indumentaria regional.

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