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Los socialistas en la encrucijada

Los socialdemócratas son buenos y responsables gestores aunque gastadores y clientelares, pero nunca han sabido combatir teóricamente a sus izquierdas, todo lo contrario que ha venido ocurriendo en el campo del marxismo revolucionario.

Mañana se celebra el Comité Federal del PSOE, el máximo órgano entre congresos, la instancia donde hay que aprobar pactos si es que los formula alguien. Es, pues, un comité decisivo. Hubo un tiempo en el que la política de todo el país se dirimía en este sanedrín socialista, la época del felipismo. La contingencia electoral, sin embargo, ha devuelto al centro del tablero político al partido que presume de organizarse de modo federal, aunque en el secular PSOE los vocablos suelen ser más retóricos que reales.

Los socialdemócratas españoles llegan mañana a la calle de Madrid dedicada al general Ferraz „originario de Benasque pero con descendientes en Valencia„, con el país en una encrucijada y con los equilibrios internos muy tensionados. Esa ha sido, de hecho, una de las naturalezas constantes en el PSOE, un exceso de política interna, tendente a disputar batallas entre federaciones territoriales o grupos y no entre ideas, por más que estas últimas sirvan para trufar los enfrentamientos.

¿Es Pedro Sánchez más o menos izquierdista que Susana Díaz? ¿Más o menos nacionalista que Eduardo Madina? Se desconoce. Sabemos, en cambio, que Sánchez confiaba en José Luis Ábalos, y que el aliado de Susana en el PSPV es el presidente Ximo Puig, a pesar de que catalanes y valencianos no tengan el apoyo andaluz en la cuestión financiera. A Madina, en cambio, le apoyó Francesc Romeu, quien ha desaparecido de la actualidad socialista valenciana.

Cuentan los analistas que mañana asistirán al federal los aspirantes al poder del partido con tácticas a dos y tres bandas. El pasado sindicalista de algunos de sus líderes les añade un plus de cualidad para el tira y afloja, para la suerte del simulacro. A los socialistas les apasiona el juego de equilibrios y contrapoderes, son capaces de pasarse la noche en vela dirimiendo un acuerdo congresual en la cuerda floja. A eso le llaman «cultura del partido».

Mañana llega Sánchez ligeramente aliviado a Ferraz, pero su grupo de escuderos „César Luena, Antonio Hernando€„ ve celadas por todas partes. Le catapultan hacia una hipotética presidencia de Gobierno a cualquier precio pues esa sí sería una victoria definitiva sobre todas las baronías del partido. ¿A cualquier precio? Ni hablar, señalan quienes, en teoría, cuestionan su liderazgo: no es posible pactar con Podemos y mucho menos con Esquerra Republicana o con la reformulada Convergencia de Mas y los ex de Pujol. Es la lideresa andaluza la que se posiciona con esa claridad, espoleada por las líneas rojas, las nuevas provocaciones „sinceras o tacticistas„ de Pablo Iglesias Turrión.

El frente andaluz, al que se suman extremeños, manchegos y puede que valencianos, no quiere pactos con Podemos a pesar de que estos ya existen en municipios y autonomías, ni tampoco ententes con el centro o la derecha como postula Felipe González: nada de abstenerse a favor del PP de Mariano Rajoy, aunque en voz baja, susurrante, podrían pensarse la posición si el candidato popular fuese, por ejemplo, Soraya Sáenz de Santamaría.

Lo mejor para Susana Díaz es la repetición de elecciones, pues en ese escenario cabría la posibilidad de que el partido la propulsara a la cabeza de la lista, al liderazgo en suma. Todos en el partido dan por seguro que de repetir Sánchez el peligro de ser sobrepasados por el nuevo Podemos plurinacional y berlingueriano es muy real. Y esto podría ser el declive final del PSOE como el gran partido del centroizquierda español, colofón a una pérdida lenta pero inexorable de confianza entre los nuevos electores.

Va a ser difícil, sin embargo, que los experimentados socialdemócratas patrios den soluciones a medio y largo plazo a sus actuales dilemas políticos. Parten de un hecho generalizado en la izquierda moderada europea, de siempre más pragmática que teórica y poco dada a debates ideológicos profundos. Los socialdemócratas son buenos y responsables gestores aunque gastadores y clientelares, pero nunca han sabido combatir teóricamente a sus izquierdas, todo lo contrario que ha venido ocurriendo en el campo del marxismo revolucionario, cuya potencia discursiva y amplificación populista es notable desde el nacimiento mismo del bolchevismo.

A pesar de los potentes aldabonazos ideológicos provocados en los 80 por Felipe González en el seno del socialismo español, desde el abandono del marxismo como sustento filosófico a la entrada en la OTAN o su famosa frase «prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York que de aburrimiento en Moscú», el conjunto de la militancia del PSOE sigue motivada en lo simbólico por los mitos de la izquierda obrerista, la que cierra el puño, canta La Internacional y sigue viendo en la derecha la alteridad absoluta, la herencia del franquismo y la herramienta de ricos y poderosos.

En un país como el nuestro, tan de raigambres católicas, maniqueo como pocos, caminar hacia la tercera vía parece todavía un imposible. Por más que en las encuestas la inmensa mayoría de españoles pida entendimiento de los grandes partidos, entre los propios militantes esa posibilidad es incendiaria. Así las cosas parece incluso más lejana una grosse koalition a la alemana (conservadores y socialdemócratas), ya no que la coalición de las izquierdas a la portuguesa sino incluso que una hiperbólica pinza de PP y Podemos€ A nadie, tampoco, se le ha ocurrido poner sobre la mesa un gobierno socialista apoyado por Ciudadanos y con la abstención popular. Y a todo esto, en Valencia con un tripartito nacido del Botánico.

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