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La casita de papel

Habían pasado varios meses desde que su abuela Teresa había fallecido y, entre unas cosas y otras, no había vuelto de nuevo a pisar su piso. El día de su partida, y con el abuelo recién viudo sentado a su lado, había avisado por teléfono a amigos y familiares lejanos del triste desenlace: a veces como en un susurro, bajito, como la ocasión requería; otras, a grito pelado por la profunda sordera de los interlocutores, ya casi todos de edad muy avanzada. Los de casa la llamaban Teresa pero fuera era 'la señora Tere'.

Los calurosos veranos, la familia los pasaba junta en una casa antigua en el pueblo de Teresa, protegido de los devenires mundanos por un robusto cinturón montañoso y tan pequeño tan pequeño que, dicen, incluso, cabía y cabe todavía en el corazón. Cuando eran fiestas mayores, trovadores del siglo XX llegaban con su furgoneta y cantaban los éxitos del verano a las pocas decenas de parroquianos que, abrazados, bailaban sonrientes a la luz de la luna. 'Qué felices seremos los dos, y qué dulces los besos serán. Pasaremos la noche en la luna, viviendo en mi casita de papel'. La Orquesta Topolino y los maravillosos 80. Ella miraba a su abuelos bailar sin cesar: ahora el Tiro-liro, ahora un pasodoble, año tras año, verano tras verano hasta que llegó Sabina 'y nos dieron las tres y las cuatro'. Y también lo bailaban.

Lo recordaba un instante antes de volver por primera vez al piso de su abuela. Por añoranza, por jugar, o tal vez solo por soñar que pudiera ser maravillosamente posible, en silencio y pensando que quizás era también un poco absurdo preguntó al aire: 'abuela, si todavía estás por aquí, dame una señal'. Dentro la esperaba su abuelo. Hablaron un rato y fue al baño. Su pregunta al aire había quedado ya en el profundo olvido. Por ello, o quizás por lo otro (y sería tan bonito...), su sorpresa no pudo ser más grande. De repente, de lo más interior de ella misma surgió una canción, unos acordes familiares y espontáneos: 'Qué felices seremos los dos y qué dulces los besos serán...' Y las lágrimas de alegría cayeron hasta mezclarse con el agua del grifo, todavía abierto.

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