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España, queridos

Este año, al igual que los últimos padecidos, aeropuertos, estaciones y blablacares se han visto desbordados por escenas del reencuentro con los que han de irse al quinto pino a buscarse la vida. Junto a algún talludito que ha tenido que hacer las maletas para ver si alcanza de un modo u otro la jubilación, la inmensa mayoría de los desplazados la integra chavalería. El momentazo despacha a diario a unos setenta jóvenes hacia fuera. Habrá familias en que haya podido evitarse, pero demasiadas sufren en sus carnes las estampas a las que alarmantemente estamos acostumbrándonos. La generación más preparada, con másteres que le salen hasta por la boca, sigue yendo de un lado para otro, de Alemania a Colombia, de Dallas a Pekín, de Sudáfrica a Holanda, lo que se tercie, para ver si hay manera de que el esfuerzo personal y de los suyos rente al lograr meter cabeza en lo que sea. Hasta hace nada, por estas fechas se ponía los ojos en los más desamparados pero a éstos hay que añadir hoy en día el continuo peregrinaje de quienes no tienen sitio donde residen sus raíces. El «vuelve a casa por Navidad», uno de los mejores eslóganes de los ochenta, se convierte de este modo en el antianuncio. Nadie querría que unas secuencias que nos tocan la fibra se repitan por lo que se repiten. Este es el lienzo de un paisaje que se completa con la pléyade de los que nunca han dejado de estar entre nosotros, y en lo más alto del escalón social, tipo Rato, Bárcenas, Pujol, Blasco, Chaves... conformando una nación que no sé qué se ha creído que es para mirarse como se mira el ombligo. Bien, pues todos los que ya están pensando en que tienen que marcharse de nuevo tras pasar aquí estos días, se han encontrado con que, aún menguado, el mayor refrendo social en las urnas lo han obtenido los que lo han obtenido. Nada, que eso. Para mear y no echar gota.

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