Definitivamente debo ser un nostálgico desfasado, pero confieso que no entiendo para nada el nacionalismo y mucho menos el que se autodenomina de izquierdas. Probablemente, mi falta de conciencia nacionalista a cualquier escala se deba a mi total rechazo del sectarismo, el racismo y la xenofobia. Por eso, me parece lamentable el espectáculo de quien argumentando sus raíces o su lengua (cuando creía que eso de las raíces se daba solo en el reino vegetal y que los seres humanos teníamos la posibilidad de ir de un lugar a otro y comunicarnos en varios idiomas) pretende acaparar privilegios, que lo son siempre a costa de los vecinos.

A pesar de mi nula sintonía con los llamados líderes europeos, y en particular con Hollande y Merkel, no creo que les falten razones cuando dicen que los nacionalismos son sinónimo de guerra y me gustaría recordar el ejemplo de la antigua Yugoslavia y que fueron los trabajadores europeos y su rechazo a las guerras lo que les llevaron a organizarse en las llamadas internacionales. Es cierto que en España el que la unidad del país se construyera desde las instituciones monárquicas y la dictadura, y no desde la base de los pueblos, las clases medias y trabajadoras, hace que seamos muchos los que sintamos un cierto desapego por el país en el que trabajamos y sufrimos juntos. Pero eso no puede ni debe favorecer movimientos insolidarios que tratan de afirmar lo local por encima de lo general. La mejor medicina para superar los desastres de la historia no tan reciente debería ser el desarrollo de los sentimientos de especie frente al nacionalismo y la recuperación de la tierra como la casa común de la humanidad.

Aunque cueste creerlo, argumentos como los anteriores son descalificados a diario en mi universidad como planteamientos de derechas por más de un energúmeno que nunca dudó en trepar sobre los tópicos de la lengua y la izquierda para medrar a la sombra del poder. Esta situación ha creado un caldo de cultivo muy espeso que raya en lo irracional de que quien jamás usó el valenciano envíe mails advirtiendo de la necesidad de emplear esta lengua en todo tipo de documentos, y llega al ridículo cuando éstos están destinados a otros países.

Lástima que lo nacionalista se apodere de forma irracional de ideologías que siempre le fueron ajenas. Ya ven, a pesar de mi profunda amistad con algún nacionalista bienintencionado, que también los hay y muchos, no consigo entender eso de que lo local sea un universal. De la misma manera que la amistad de algunos católicos, que son verdadero ejemplo de vida, no consigue que adquiera el don de la fe. ¿Será que soy refractario a las verdades indemostrables?