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Martí

Predicar sin dar ejemplo

Parece que al cardenal Cañizares le entusiasma poco el encuentro cristiano de Taizé, quizás porque los jóvenes que pasean y rezan estos días por Valencia priorizan el ecumenismo, una forma de respeto a las diferentes formas de creer. A los chicos se les ve contentos por la calles, cogidos de la mano traspasando denominaciones de origen, y es que la sonrisa desarma a los corazones de hierro.

Un poco más serios andan esos candidatos a gestionar nuestros recursos, aunque hace pocos días estaban dispuestos a dejarse la piel por los intereses colectivos. Los mismos que besaban niños por la calle y repartían promesas por las plazas ahora anteponen su pertenencia a la tribu, con peleas fratricidas por el mando. Atrás quedan el sentido común, la transparencia y el decoro. Las varas de medir son largas o cortas en función de las poltronas, e incluso algunos han dejado pasar la euforia que provocan las urnas para colocar maridos, familiares y conocidos, en un acto de descaro visto que tampoco nadie alzó la voz tras convertir en hereditario el escaño. Nada como enchufar nóminas para eliminar desacuerdos.

Otros que prometieron seleccionar a los mejores, desprecian a los sabios para ofrecer pesebres más sectarios aún, mientras que los habitantes del purgatorio esperan la primavera para recomponer prebendas. Poco han tardado los ciudadanos en descolocarse otra vez.

Llegan días de propósitos, algunos repetidos y otros nuevos, pero todos buenos. Se abre un periodo apasionante, donde el diálogo pasa a ser el principal valor de consenso. Hablando se entiende la gente y el roce hace el cariño son los elementos contra cualquier propulsión apocalíptica, pero hay que huir de los protagonistas del caos que malinterpretan la voluntad popular.

Los calvos no podemos vender frascos de crecepelos.

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